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Mi caballo alazán


Tengo el caballo en la puerta para llevarte conmigo a un lugar maravilloso donde ningún humano ha ido. Mi caballo tiene herradura en las patas, pero también tiene alas.
Y comenzamos el viaje galopando por la fina arena de la playa, y dándonos la brisa del mar en la cara. Yo sentía tu calor a mis espaldas, tus brazos, mi cuerpo rodeaban. Galopamos por valles y cañadas.
Y en aquella cordillera alazán, mi caballo nos bajó a la puerta de una cabaña. Dentro había una hoguera encendida y una carme aromática encima de la mesa. Comimos hasta saciarnos, y después al calor de la hoguera pasamos toda la noche juntitos. Al amanecer el nuevo día, alazán, nos despertó con un relincho, diciendo que era hora de emprender de nuevo el viaje.
Subimos sobre su lomo y abrió sus enormes alas, y salimos volando hasta subir a las nubes, qué bonito era contemplar todo desde allí arriba. Ciudadades como Nueva York, Buenos Aires, Londres, París… Y volamos sobre grandes ríos como el Amazonas, y océanos como el Pacífico, el Atlántico… Volcanes en erupción, cómo imponía ver aquellos cráteres escupiendo fuego y lava. Aquellos grandes lagos de agua azulada, y al fin llegamos ante aquel grandioso glacial, tan grande como toda África. Mi caballo alazán quiso que lo contemplaramos todo, y estuvimos volando sobre él durante varios días. Al fin nos llevó al mismo centro del glacial, y allí nos bajó.
Dando un fuerte relincho, elevó sus alas y se marchó. Muy pronto empecé a notar el efecto de la congelación, nos abrazamos los dos, y nuestras piernas no resistieron y caímos al hielo los dos. Solamente me dio tiempo a pensar cuánto miles de años tardaría en desaparecer el glacial y aparecer allí nuestros cuerpos congelados, y entonces probablemente dirían que éramos los enamorados del glacial.
Y de pronto dos sonoras bofetadas recibí sobre mi rostro, al mismo tiempo que me zarandeaban diciéndome “Pero qué te pasa! Que tiemblas como si tuvieras el mal de San vito!” Y yo todavía aturdido respondí “Pues claro que tengo frío, no ves que estoy congelado!”. Se tiró de la cama y salió corriendo a llamar a su madre “Ven a ver qué le pasa, mamá, que yo creo que se ha vuelto loco!!”. Cuando entró mi madre y la vi, di un fuerte grito, creía que se trataba de un monstruo del hielo, que vivía allí en el glacial, los rulos en la cabeza, como si se hubiese dado manteca por la cara, muy largos los pelos del bigote y de la barba, unos calcetines de lana y unos manguitos puestos encima del pijama.
Era verdaderamente una bruja, las dos fueron corriendo al teléfono a llamar al médico, para que viniera porque yo había perdido la cabeza, decían. No tardó el hombre en llegar, y pedí que me dejaran a solas con él. Le conté que yo había tenido ese sueño y cómo me había despertado. Entonces, cuando este doctor se despidió para marcharse, mi suegra le dijo “Qué pasa, doctor? ¿Tendremos que llevarlo al manicomio?” Y él le dijo: “Manicomio? A quién voy a decir que os lleven es a las dos, por haber estropeado un bonito sueño, y lo mío, que ha sido peor, lo mío no era un sueño, era una realidad y también me la habéis estropeado”.
y qué fue del caballo? Alguien me preguntó. Pues, en estos largos viajes, y por aquellas tierras de América donde aún hay caballos salvajes, conocíó una yegua, y con ella se quedó. Cuando ya había perdido las esperanzas de volverla a ver, apareció un día, con una yegua y un potrillo, que eran igual que él. El potro aún no tenía herraduras en las patas, pero sí tenía alas como su padre. 

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