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El Amor Verdadero

¡Qué gozada no tener que levantarme a las seis de la mañana como todo el año! Mi trabajo lo tengo muy distante, pero ahora tengo un mes de vacaciones y algunos descansos que la empresa me debía.

Estaba lloviendo, ¡y cómo gusta el tintineo de la lluvia en los cristales estando calentita en la cama!

Me quedé de nuevo dormida, y justo a las ocho y media de la mañana me despertaron unos golpecitos en el cristal de mi ventana, casi me asusté porque yo vivo en un sexto, y entonces vi que al otro lado había una preciosa golondrina, era ella la quedaba golpecitos con su piquito. Me levanté creyendo que al abrir la ventana se marcharía, pero no fue así, ella se posó en mi mano, entonces pensé "pobrecita, debe de tener frío", porque estaba empapada.

La empecé a acariciar y así la tuve un buen rato, sus plumas eran muy suaves, no sé si las golondrinas lloran pera ella tenía sus ojos llenos de lágrimas, de momento empezó a piar y piar, abrió sus alas y se marchó. "Que extraño", pensé.

Al día siguiente a la misma hora otra vez me despertó dando golpecitos en mi ventana, pero este día era más bonito. Me traía una ramita de nardo en su pico y yo no solo la acaricié, sino que la besé y ella parecía que también me daba besos con su pico.

Al tercer día, justo a la misma hora, otra vez dio los golpecitos en la ventana, pero esta vez traía un papelito doblado en su pico, lo desdoblé y... ¡Que nota tan extraña! "Soy Vicente..." decía, "aquel que tanto te quiso y tú abandonaste, me estoy muriendo, y quisiera volver a verte antes de marcharme, sigue a la golondrina y ella te traerá a mi lado".

Yo que suelo pensar mucho las cosas antes de decidirme en esta ocasión no lo pensé dos veces, metí unos pantalones en mi bolsa de viaje, camisetas y ropa interior, cogí todo el dinero que tenía en casa, bajé al garaje, cogí mi Audi5 que hacía muy poco que había comprado y salí del garaje; allí estaba la golondrina delante del coche, empezó a volar y yo a seguirla.

Estaba ya muy cansada, nunca había conducido tantos kilómetros seguidos, pero ella, la golondrina, no quería que parara.

Paré en una estación de servicio para reponer gasolina y entonces recordé que no había desayunado, entré al bar y me tomé algo de fruta, un sándwich y un café bien cargado.

Me puse de nuevo al volante pensando "qué pena que la golondrina no pueda hablar para decirme dónde vamos".

Entramos en tierras de la Comunidad Valenciana, yo nunca había ido por allí, así que además de cansada iba despistada. Llegamos a un pueblo, Manises se llamaba.

Llegamos a la puerta de una mansión que parecía una casita de un cuento de hadas, la verja se abrió para darnos paso, cruzamos el jardín y a los pies de una escalinata que había para entrar a la casa esperaba un empleado vestido de uniforme que abrió la puerta del coche y me dijo:

- Señorita, el señor la está esperando, pero si viene muy cansada y quiere descansar antes...

- No, por favor, lléveme directamente a ver al señor.

Estaba en su jardín, en su silla de ruedas, vestido, afeitado y aseado correctamente, conforme me fui acercando pensé "es aún más guapo que cuando yo le conocí", en vez de un minusválido parecía un rey sentado en su trono.

Tendió sus manos hacia mí, y yo lo que hice fue lanzarme en sus brazos, besarlo y abrazarlo, sus grandes y bonitos ojos que nunca había olvidado se bañaron de lágrimas y yo me eché a llorar:

- No llores, cariño – dijo mientras me tendía su pañuelo para que yo me secara las lágrimas - Tenemos mucho que de lo que hablar, pero tienes una cara de cansancio...

- No te lo voy a negar, estoy muy cansada.

- Bueno, pues ahora ve a descansar. Macareno, lleva a la señorita a sus habitaciones.

En el baño tenía albornoz, gorro y zapatillas, y un pijama de seda que era precioso, y en el dormitorio, que era muy amplio, había un gran ramo de flores en una mesita, una bandeja con fruta, zumos y un caldo calentito.

Me tomé el caldo y me metí en la cama, dormí de un tirón hasta el día siguiente a las doce.

Rápidamente bajé al jardín, allí estaba Vicente perfectamente aseado y vestido como en el día anterior:

- ¡Ay, perdona!, perdona que me haya levantado tan tarde.

- ¿Perdonar por qué? Venías muy cansada… Anda, ven.

La golondrina vino y se posó en su hombro, y empezó a acariciarle el cuello con su cabecita, entonces yo le dije:

- ¿Puedes explicármelo? - mirando a la golondrina

- Hasta donde sé sí, cuando tuve este accidente y me quedé inválido mi madre fue la que vivió siempre conmigo, pero enfermó y murió. Entonces inesperadamente apareció esta golondrina; cuando estaba en el hospital y se me quedaban secos los labios, ella venía con su piquito y me los mojaba, por las noches dormía junto a mi cabeza allí en mi almohada, nadie la veíaAl volver a casa, Macareno, mi fiel Macareno si que la veía, los dos tuvimos la intuición de que era el espíritu de mi madre, hablaba con ella, le contaba todas mis penas y cuando supe que mi muerte estaba cercana le comenté "Cómo me gustaría volver a ver a aquella niña a la que tanto quise", desapareció unos días y después ya sabes, el resto lo sabes mejor que yo.

- Pero ¿tú la mandaste?

- No

- ¿Cómo que no? ¡Entonces la carta que escribiste!

- Yo no escribí ninguna carta...

La saqué y se la dí, vi cómo empezaron a derramar lagrimas por sus ojos:

- ¿Qué pasa, Vicente?

- Es que es la letra de mi madre.

Y mirando a mi alrededor con curiosidad, le dije:

- Vicente ¿y cómo has llegado...? Eras un simple ceramista cuando te conocí, y fíjate dónde has llegado.

- Mi madre tenía un hermano que había emigrado a Brasil, y allí hizo una inmensa fortuna, no tuvo hijos, así que el único heredero fui yo, ésta es la explicación de porque tengo esta casa, aparte de que también he trabajado.

No pudo seguir explicándome nada más porque en este momento entró Macareno a decirle:

- Señor, ahí está el Notario.

- Ven conmigo- me dijo dándole al botón para arrancar su silla de ruedas.

Me marearon tantos números, tantas cifras, tantas posesiones, tantos cuadros y fue al final cuando ví que todo iba a ser para mí, que yo iba a ser la única heredera:

- ¡Yo no quiero nada, Vicente! no quiero nada...

- No, mi vida, pero tengo que dejarlo todo preparado antes...

- ¡Antes de qué!, no digas esa palabra porque tú no vas a morir.

- Que más quisiera yo que estuviera en mis manos.

- ¡No vas a morir! - le dije con rabia- ¿Sabes por qué?, porque yo te necesito, yo ya no puedo vivir sin tí.

- Qué más quisiera yo poder evitarlo.

- ¡Nos vamos a Italia!

Y él dijo con una triste sonrisa:

- ¿A que nos case el Papa como a los peregrinos?

- No, vamos a ir a visitar la Basílica de San Antonio de Padua.

- Señorita - dijo Macareno- Es imposible, al señor no podemos someterle a hacer un viaje.

Él, levantando la voz, dijo:

- Macareno, vamos a hacer ese viaje.

Al llegar al aeropuerto vi que íbamos a viajar en un avión particular, en su panza se leía mi nombre, y yo pensé "¡Que casualidad, se llama igual que yo!". Al entrar vi que estaba preparado para que Vicente pudiera viajar, pero, es que yo no podía pensar en nada mas que lo que tenía entre manos, nada más despegar hice como que me quedaba dormida, pero era para ir todo el camino rezando.

Al llegar a Italia dije:

- Vicente, tienes que ser un gran personaje, porque los coches que nos esperaban eran de la Embajada.

Llegamos a la Basílica, a mi me pareció triste y oscura, cuando estuve ante San Antonio, tantas cosas que llevaba en mi cabeza para decirle... ¡Y no le dije nada!, solamente supe mirarlo y llorar.

Oímos misa y comulgamos los dos, al salir de la Basílica yo vi que a Vicente le dolían los pies, pero dije...

- ¡Ay señor!, de ilusión también se vive.

Pero no fui yo sola la que lo vio, Macareno siempre pendiente de los movimientos de su señor también lo vio, pero Vicente con la mirada le ordenó que no dijera nada.

En el aeropuerto sucedió otra vez, entonces el médico, jefe del equipo que a todas las partes lo acompañaba dijo:

- Macareno, yo también.

Y Macareno le dijo indicando con un dedo en la boca que se callara.

Aquel día después de comer vinieron Lorenzo y Macareno para llevarlo a descansar, pero él dijo:

- No, hoy no voy a dormir siesta.

- Pero señor...

- Macareno, ¿acaso crees que soy un gusanito de seda, o es que no te has dado cuenta de lo que he dormido en el avión? Tú, cariño ¿quieres dormir siesta?

- No por favor, yo me quedo aquí a tu lado.

- Vale ven, siéntate aquí, y vosotros dejadnos solos, quiero preguntarte algo.

Dime

- ¿Serias capaz de casarte con un inválido como yo?

- ¡Al fin!

- ¿Al fin qué?

- Pues que, si tú no me lo hubieras pedido, estaba decidida a pedírtelo yo.

- Hay que tener mucho valor, mi niña, para casarte con un inválido como yo.

- Valor no, amor.

Macareno lo presenció todo, y entonces dijo:

- ¡Enhorabuena señor, enhorabuena señorita!

Entonces yo me levanté, y aunque él me tendió la mano yo lo abracé. Vicente miraba la escena muerto de risa, el pobre Macareno nos miraba sin saber muy bien qué hacer y entonces nos dijo:

- Señor ¿puedo decírselo a los demás?

- Si, puedes decir que la señorita es mi prometida.

¡Besé hasta al portero y al jardinero!, a todos, y Vicente me dijo:

- Todos te quieren mucho y están muy contentos de que hayas venido, pero sí que te los has ganado.

¡Qué revuelo se armó! Limpiando alfombras, suelos, plata, tapices... Pero a Vicente lo veía poco, desde muy temprano por la mañana se iba al gimnasio porque venía un fisioterapeuta, un osteópata y no sé quién más...

También de una boutique muy importante de Valencia vinieron con los catálogos para que yo eligiese mi vestido de novia, y entonces le dije:

- No, Vicente no, no voy a ir de blanco. Es por mi edad Vicente, es que voy a cumplir cincuenta años.

- Para la pureza, la virginidad y la soltería no hay edad.

La víspera de la boda me tuve que ir a casa de los que iban a ser nuestros padrinos, un General de Aviación y su señora. Me fui a regañadientes porque yo no quería dejar solo a Vicente, quería estar pendiente de él por si se ponía nervioso, pero me dijeron que allí en Manises se veía muy mal que los novios salieran de la misma casa.

Cuando al día siguiente yo me vi ya vestida, maquillada y arreglada ante el espejo... Yo creía que estaba soñando, jamás me imaginé que yo pudiera ser una belleza como aquella, madre mía, ¡qué guapa estaba!

Al llegar a la Iglesia del brazo del General yo miraba por todas partes y por ningún sitio veía la silla de ruedas, allí en el Altar Mayor estaba la madrina con su mantilla y su gran peina de teja y al lado de ella había un señor muy alto con su uniforme... Pero ¡dónde está la silla de ruedas!, pregunté al General:

- ¿Dónde está Vicente que no lo veo por ninguna parte?

-Chica, como que no lo ves, pues será que no se ve desde lejos.

Fue entonces cuando me di cuenta de que aquél que estaba allí de pie era él.

Y sentí que se me aflojaban las piernas, que todo me daba vueltas, me sentí tan mala que el General se dió cuenta y me cogió enseguida, y Vicente en dos zancadas se puso junto a mí. Tuvieron que sentarme, darme agua, hacerme aire... El Obispo castrense que nos iba a casar cuando pasó un rato dijo:

- Bueno, niña, ¿podemos empezar ya o no?

Yo dije que sí con la cabeza porque no salía de mi cuerpo la voz.

El Obispo, según me contaron después, dijo una homilía muy bonita, pero yo no me enteré de nada, creo que lo intuí mas que oírlo y solo pude hablar cuando me preguntó si quería a Vicente por esposo. Y después, eso si que lo oí, cuando le preguntaron a él además dijo: "Juro por mi honor de caballero y militar, que la querré, la amaré, la defenderé y le seré fiel, para toda la eternidad".

Y entonces el Obispo le dijo:

- Coronel, puede besar a la novia.

Vicente me ayudó con mucha delicadeza a montarme en el coche, porque mira que es difícil con una cola tan larga, después con mucho cuidado me pasó el brazo por la espalda y dijo a Macareno y a Lorenzo que estaban sentados uno al volante y otro en el sitio del copiloto:

- Chicos, mirad para otro lado.

Y me besó tan largamente que volví a sentirme en la gloria.

Al día siguiente salimos en viaje de novios, aquel viaje que los amigos y compañeros de Vicente nos habían regalado, pero no pudimos hacer nada más que la mitad porque me puse malísima; todo lo que comía lo vomitaba y no tenía ganas de nada, entonces Vicente pensó que lo mejor era que volviéramos para que los médicos vieran que era o que me pasaba.

Al llegar al Hospital el Comandante Médico que era muy bromista dijo:

- ¡Ay ay ay!

Y yo me adelanté y le dije:

-No, comandante, no vaya a decir que estoy embarazada porque eso no puede ser

Me miró los ojos, me tomó el pulso y sonriendo miró a Vicente y le dijo:

- Coronel, estamos embarazados.

Era imposible explicar la cara de felicidad de Vicente, me cogió en brazos y el guasón del comandante decía:

- Coronel, ¡que vamos a estropear el trabajo!

Ya me había enterado como es lógico de que era Comandante de Aviación, tenía tantas condecoraciones y distinciones que no le cabían en el pecho, todos me contaban que era un héroe.

A los 8 meses nació un niño que era un calco de su padre, esto fue lo que colmó del todo su felicidad, ver a su hijo. Dijo que se llamaría Antonio de Padua, y que iríamos a Roma a que lo bautizara el Papa.

Aunque lo solicitó, tardaron mucho tiempo en contestarnos y ya tenía el niño cinco meses cuando salimos de viaje.

Yo lo preparé todo con muchísima ilusión, pero fue despegar el avión, ¡y madre mía que mala me puse!

Los días que estuve en Roma los pasé estupendamente, pero al regreso fue despegar el avión y empezar a vomitar y a pasarlo mal.

Al llegar a Manises me dijo Vicente:

- Vamos a ir al Hospital a ver qué te pasa.

Y al llegar, el Comandante con esa risa de picarón que tiene dijo:

- ¡Uy uy uy!

- No, no digas uy uy uy, que no hay nada que hacer…

Y Vicente dijo:

- Comandante, que mi mujer los que cumple ya son cincuenta y dos…

- Bueno, déjame como la otra vez una muestrecita de orina.

Y también salió del laboratorio con una risa de oreja a oreja:

- Mi Coronel, ¡estamos embarazados!

- Como me estés gastando una broma, te voy a mandar un correctivo que no se te va a olvidar en tu vida.

- Mi Coronel, es verdad que soy muy bromista, pero en mi trabajo suelo ser muy formal.

Y Vicente emocionadísimo dijo:

- ¡Te das cuenta, mi vida! Estos matasanos ya me habían condenado a muerte y fíjate, no solo sigo vivo, sino que voy a traer el segundo hijo al mundo.

Y nos nació una niña que era exactamente igual que su hermano, el vivo retrato de su padre.

Hoy tiene mi niña nueve años y mi niño diez y van a hacer juntos la Primera Comunión por deseo de su padre. Mi hija es el beso de la medalla con el hermano, aunque el hermano es serio y formal como su padre y la niña es mas alegre que unas castañuelas. El padre le dice "mi andaluza", desde muy pequeña le enseñaba a bailar las sevillanas, canta y toca las castañuelas... Consigue todo lo que quiere de su padre. Un día estábamos comiendo cuando vino y dijo:

- Papi, te voy a pedir una cosa.

- Pide lo que quieras, mi niña, que tu papi te lo concede.

- Pues que quiero hacer la Primera Comunión con un traje de faralaes.

- ¡Qué dices, niña! - dije yo.

Y el padre le guiñó:

- No, no le guiñes el ojo que por ahí no voy a pasar.

Ese mismo dia yo me fui a la peluquería y cuando vine no estaban ni el padre ni la niña Cuando aparecieron venía mas contenta que unas Pascuas porque le había comprado su traje de faralaes, sus zapatitos de tacón, sus pendientes, sus pulseras... ¡Y hasta la flor para ponérsela en lo alto de la cabeza!, pero le dije:

- No te vas a salir con la tuya, si quieres después iremos a Sevilla y allí lo estrenarás todo, pero la Primera Comunión no la vas a hacer vestida de gitana.

El día de la Comunión oímos varias veces el mismo comentario:

- ¡Qué bonitos van los niños del Coronel!

Al salir de la Iglesia sobrevolaron una banda de golondrinas y Vicente dijo:

- Irá entre ellas mi madre... Descansa en paz, mamá, que bien merecido tienes el descanso. Solo te fuiste cuando comprobaste que estaba en buenas manos y que era completa mi felicidad.

***

Ay golondrina bendita que un día llamaste a los cristales de mi ventana y después me llevaste hasta el hijo que tu tanto amabas, esperaba su final por culpa de aquel trozo de metralla, que en su cerebro se vino a incrustar y que los médicos decían que no se podía operar. Pero al Santo de los milagros, como en Padua suelen llamar, yo le pedí que me ayudara, y a Padua nos fuimos juntos, y juntos ante él nos pusimos a rezar. ¿A rezar? Yo llevaba muchas cosas en mi cabeza para decirle, pero lo único que pude hacer fue mirarlo y llorar, tuve la sensación de que el Santo me sonreía, y al salir de su Basílica los pies los empezó a mover, y pasados muy pocos días desapareció su invalidez. Los médicos estaban desconcertados, porque en las radiografías el trozo de metralla ya no salía. Él me hizo su esposa y dos preciosos hijos tuvimos. ¡Ay golondrina bendita que al cielo te fuiste cuando viste nuestra felicidad! Pide mucho al Altísimo para que al hombre que yo tanto amo y que tu amarás hasta la eternidad no vuelva a pasarle nada malo, porque de nuevo en los aviones vuela.


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