Solía decir su padre que su niña era como una perita en
dulce. Era preciosa, menudilla, pero tenía un cuerpo muy bien formado, unas piernas
preciosas, de cara muy bonita, y además era alegre como unas castañuelas.
Siempre estaba cantando, bailando, en la sección femenina aprendió a bailar
todos los palos, bailaba jotas, sevillanas, bailes regionales... Y en todas las
fiestas que había en el pueblo era invitada.
Así fue un día a una fiesta campera que uno de los señores
más adinerados del pueblo daba. Y vino un acaudalado granadino, juerguista,
mujeriego, que en cuanto vio a al chiquilla se enamoró de ella, y ya no dejó de
perseguirla. Le mandaba un ramo de flores diario, en el ramo una joyita...
Bueno los padres no sabían cómo hacerle ver que aquello no le convenía “NO prestes
atención a ese hombre que va a ser tu desgracia” Le decía la madre. Pero ella
estaba entusiasmadísima. Y tan entusiasmada que a los pocos meses salió con una
barriga.
Este hombre le puso un piso, se lo amuebló con toda clase de
lujos, y venía todas las semanas a verla. Ella estaba encantada, pero cuando ya
se avecinaba el alumbramiento, le dijo “Estoy pensando que deberíamos casarnos,
para que cuando nazca el bebé no sea hijo de madre soltera, que tenga tus
apellidos” Y entonces él le dijo “Lo siento mucho cariño, pero yo no puedo
casarme contigo” “¿Cómo qué?” Pues no, porque yo ya estoy casado.”
“Pero que es igual mi vida, yo voy a estar siempre a tu
lado, jamás te va a faltar de nada, ni a ti ni a tus hijos”
Lo pasó muy mal, lloró mucho, pero nunca pensó en romper con
él porque era su primer amor, y estaba locamente enamorada de él. Como una
chiquita de 17 años, sin experiencia de ninguna clase, y al lado de un pájaro
de cuentas como él, la tenía del todo loca.
Amtes de los dos años tuvo su segundo hijo, una niña, el
primero fue un varón. Y él empezó a prohibirle que saliera, porque ella se iba
haciendo mayor y tenía celos, pensaba que pudiera pegárselos con otro. Y aquí
tienen a la pobre Silda como él le decía, que mientras sus amigas y compañeras
estaban viajando con la sección femenina, ella allí estaba encerradita y
lavando pañales, haciendo las faenas de la casa.
Qué tristeza sentía cuando veía en las revistas a sus amigas
y compañeras lo bien que se lo pasaban. Siguió teniendo hijos, todos los años
uno, ya no viajaban como antes ni iban a romerías ni a fiestas porque no tenían
con quién dejar los niños, porque sus padres no querían saber anda de ella.
Entonces cada vez se veía más triste y sola, porque según él le decía, los negocios
le robaban tanto tiempo que apenas podía desplazarse de Granada porque tenía
que estar frente a ellos.
Vaya negocios tenía... Sus negocios eran que tenía dos
amantes más.
El día de la comunión de su hijo se encontró sola, porque él
no hizo acto de presencia, y así fue haciendo lo mismo en todas las comuniones
de los demás. Eso sí, luego les traía unos reglaos hermosísimos y los niños se
sentían muy contentos y felices. Ella en cambio, aunque por fuera sonreía, por
dentro lloraba amargamente.
Y fueron creciendo sus hijos, el mayor, Cecilio, que era
idéntico a su padre, cumplió 17 años. Ese día si organizó él una gran fiesta,
se lo llevó a la virgen de la cabeza y estuvieron allí todo el día, porque
celebraban los 17 del hijo y los 34 de la madre. Estuvo graciosísima ese día,
cantó y bailó para ellos, fue muy feliz.
A los 22 años terminó Cecilio su carrera y enseguida dispuso
de casarse. La boda fue muy sencilla porque un mes antes murió en un accidente
el padre de la novia. Fue un duro golpe para ella, porque Cecilio, un niño muy
serio y responsable, supo hacerse respetar de sus hermanos y apoyaba mucho a la
madre y la ayudaba en todo, al no estar con ellos su padre.
Y así todos muy jóvenes se fueron, unos casando y otros
independizando, y ella acabó quedándose totalmente sola.
Ella tenía totalmente prohibido llamarle por teléfono o
escribirle, y ahora él había dejado de hacerlo, ni la escribía ni la llamaba.
Pasó un mes y otro... y el año. Entonces un día entró a un café para tomarse un
refresco y encima de la barra estaba el periódico. Allí había una esquela
mortuoria que era el funeral del año, de la esposa de Cecilio.
Pensó ella “Este ha sido el motivo por el que no has
llamado, ni has escrito...” Se fue a misa como últimamente hacía y al volver se
lo encontró en su casa. Para ella fue una gran alegría, lo abrazó con mucho
entusiasmo y le dijo él “Yo creí que ibas a estar enfadada, como he estado
tanto tiempo sin llamarte, venir a verte ni nada” “Bueno, pero precisamente hoy
me he enterado de por qué ha sido” “¿Sí? Tenía que cubrir las apariencias y
demostrar que era un viudo muy triste y apenada por haber perdido a su esposa.
Pero una vez cumplido el año, ya me tienes otra vez aquí” “Estoy llena de
felicidad, porque lo único que no nos permitía poder casarnos ya no existe. Es
una pena que haya muerto tu esposa porque aún era joven, pero par a nosotros es
estupendo, verdad cariño?” “Qué dices? Cuando te he prometido yo a ti casarme
contigo?” “Cómo? Tú siempre me decías que si no te casabas conmigo es porque ya
estabas casado” “Jamás daré yo mi apellido a una furcia como tú, ni a ti a tus
hijos. Y te advierto, si quieres que siga manteniendo esta casa y viniendo a
verte, tendrás que recibirme siempre con el mismo agrado que lo has hecho hasta
ahora, porque sino desapareceré y no volverás a verme.”
Sintió una humillación tan grande y una rebeldía que en
aquel momento se dio cuenta que aquella niña humilde y sumisa había muerto en
aquel instante para dar paso a una nueva Casilda. Se puso de pie y apuntando con
el dedo a la puerta le dijo “¡Fuera de mi casa!” “¿Tú casa? ¿Te olvidas de que
esta casa la compré yo?” “¿Y tú? ¿Te olvidas de cómo te la pagué? Fuera te
digo, otra vez”
Se levantó y fue para la puerta pensando que ella iba a ir,
pero ella no se movió. Dejó la puerta
abierta y antes de entrar en el ascensor se volvió a mirarla otra vez, pero
ella fue y cerró la puerta con fuerza, y él se marchó.
Buscó consuelo en la Iglesia, allí daba consejos a las niñas
chiquititas, para que no se fiaran de ningún hombre como ella se había fiado y
no le pasaran lo que a ella. `
Pocos días después de esta visita, lo vio en la televisión
en la romería de la virgen edl Rocío. Acompañando a otra mujer, y se veía muy
feliz, con su traje campero él. No sintió ella un dolor grande, dijo para sí
“Me da igual, si yo ya no quiero saber nada de él” Y siguió viviendo, olvidando
toda su vida pasada, y feliz con sus hijos y nietos que ya empezaron a nacer.
Su hijo Cecilio no la olvidó nunca, venía todos los días a verla, le preguntaba
que si necesitaba algo, la ayudaba, y ella se sentía feliz, atendida por sus
hijos.
Un día, al volver por la tarde de misa, y abrir la puerta
vio que dentro había un hombre de pie delante del balcón mirando hacia la
calle. Dio un grito, y dijo “Qué hace usted aquí en mi casa!” Se volvió él y le
dijo “No me conoces, Casildita?” “A qué has venido? Qué haces tú aquí en mi
casa?” “Anda, déjame que te hable, siéntate aquí a mi lado”. “ No tengo que
sentarme, dime a qué has venido”. “Estoy enfermo y solo. Mis hijos, ni mis
otros bastardos, quieren saber nada de mi. Me he quedado en la ruina y no tengo
a nadie más que acudir más que a ti” “Y tú habías pensado que yo te iba a
recibir con los brazos abiertos, verdad? Pues te has equivocado. Si antes era
tan despreciable que tú no podías darme tu apellido, ni a mi a mis hijos, ahora
soy yo la que no te quiero.” “Bueno, a eso he venido, a solucionarlo, ahora me
casaré contigo y reconoceré a nuestros hijos.” “No, mis hijos, se sienten muy
orgullosos de llevar el apellido de su madre, y yo me siento la más feliz del
mundo de estar lejos de ti, así que te repito como aquel día, vete de mi casa”.
Metió la mano en el bolsillo interior de su chaqueta, y sacó un gran fajo de
billetes. Lo puso encima de la mesa, y entonces ella con mucha fuerza lo cogió
y se lo tiró en la cara. Le hizo una herida, que empezó a sangrarle, así que
fue al baño, creyendo que ella iba a ir detrás para curarle, pero ésta, no se
movió, salió él entonces, y se fue hacia la puerta, la abrió y volvió a
mirarla. Ella le dedicó una mirada cargada de desprecio, siguió, y como la vez
anterior, antes de entrar en el ascensor volvió a mirarla, pero ella cerró la
puerta y se entró.
Se asomó al balcón y le dio pena verlo andar. Qué se había
hecho de aquel hombre tan arrogante. Andaba arrastrando los pies encorvado, se
metió en el Mercedes, aquel Mercedes viejo donde tantas veces había disfrutado
con él y se marchó.
Se sentía cansada, no tenía fuerzas, se acostó en el sofá y
se durmió. Eran las 12 de la noche cuando vino su hijo Cecilio, abrió la puerta
y entró y dijo “Mamá, pero como es que estás acostada en el sofá a estas
horas?” “Hijo, tuve una desagradable visita, y me puse un poco nerviosa. Cuando
la visita se fue, me recosté en el sofá y me quedé dormida. Y probablemente si
tú no hubieses venido ahora seguiría dormida”. “Vino papá” “Sí hijo. Y tú cómo
lo sabes?” “Pisçó tanto el acelerador, que tuvo un accidente” “¿Y ha muerto?”
“No murió de momento, pero cuando lo cogió la policía, estaba sin conocimiento.
En su cartera llevaba una fotografía mía, y como tengo un parecido tan grande
con él, me llamaron. Se despertó y entonces me dijo “Hijo mío, sé que no he
sido buen padre, pero no ha sido toda la culpa mía. La culpa era de vuestras
madres que eran unas golfas y me volvían loco.””
El hijo se levantó y se salió de la habitación, por no
contestarle, porque veía que estaba muy grave, pero pensó “Hasta en tus últimos
momentos vas a ser un canalla, y perdóname porque eres mi padre.”
Esto fue lo que hablé con él mamá. Y poco después, salió el
médico y me dijo que acababa ed morir. Han avisado a sus hijos legítimos, y
éstos han dicho que no querían saber nada de él. Así que tendremos que
enterrarlo nosotros.
“¿Nosotros? A nosotros no nos corresponde”
“Mamá, somos cristianos. Enterremos a los muertos, porque al
fin y al cabo, él era nuestro padre”
Así lo hicieron, hicieron su entierro y lo incineraron. El
Mercedes llevaba un sobre cerrado y dijo que era del notario donde un mes
después de su muerte se leería su testamente y que fueran todos sus hijos
legítimos, y bastardos. A ella le dijeron que los acompañara pero ella dijo que
no. A los hijos legítimos solo les dejó deudas y facturas por pagar, porque
todos los bienes que le quedaban los tenía embargados. A Cecilio, su hijo
mayor, le dejó el Mercedes, su reloj de oro y el sello que él llevaba siempre
en su dedo. A los demás les dijo que les pedía perdón, y que fueran todos muy
buenos, y se olvidaran para siempre de su padre.
Los hijos legítimos buscaron por todas partes porque decían
que había vendido unos días antes un local en un lugar céntrico de Granada, por
el que le habían dado mucho dinero, y ese dinero tenía que estar en alguna
parte, pero el dinero no apareció por ningún sitio, ni Casilda dijo a sus hijos
que lo tenía ella.
Algún tiempo después le dijo un día “Cecilio, este año
quiero que vayamos todos a la Virgen del Rocío” “Mamá, tú sabes siquiera lo que
eso vale?” “Sí hijo lo sé, y os voy a invitar yo a todos” “Pero, ¿tanto dinero
ganas cosiendo?” Porque ella puso un taller de costura cuando él la dejó. “Pues
sí hijo, he ganado mucho dinero y lo tengo ahorrado, y ahora, voy a invitaros”.
“Antes tenemos que hacer otra cosa mamá. Has pensado lo que
vamos a hacer con las cenizas de mi padre?” “Sí hijo, donde las tienes?” “En el
coche” “Anda pues baja y súbelas”. Las trajo, se fue, las vació en el váter, y
tiró de la cisterna. Y dijo “Ala, ya es verdad que hemos terminado del todo”
Abrió una botella de champán y dijo “Vamos a brindar, hijos, por nuestra libertad”
Se plantó de flamenca, y los hijos decían “Parece que mamá
ha rejuvenecido”
Bailó , cantó... fue feliz completamente, decía “Han sido
los mejores días de mi vida, rodeada de mis hijos a los que tanto quiero.”
Pero tardó poco en terminar esta gran felicidad, porque una
de esas buenas amigas que sentían mucha envidia al ver como los hijos estaban
tan pendiente de ellas, lo que colmó el vaso fue ese viaje a la romería de la
Virgen del Rocío. Y entonces llegó y le dijo “Casilda, tú estás muy equivocada
con tu hijo.” “¿Con mi hijo, con cuál?” “Con el mayor, con tu hijo Cecilio.
Porque tu hijo no es como tú crees ni muchísimo menos. Tú hijo está siguiendo
los mismos pasos que su padre” “¿Qué estás diciendo? ¡Tú no sabes lo que dices
siquiera!” “Uy, pregúntale a tu nuera, ella te dirá las noches que falta a su
casa”
Y sí que fue enseguida a visitar a su nuera, cuando llegó la
encontró llorando. “Qué te pasa Cecilia?” “Nada madre, no me pasa nada, no se
preocupe” “Ahora mismo me estás diciendo lo que te pasa” Y entonces ella volvió
una fotografía que había encima de la mesa. Era de su marido con otra mujer,
bailando en una sala de fiestas y besándose.
“Y quien es ella?” “No lo sé, madre. Sé que es una menor de
edad, y que lo trae loco perdido. Ya apenas viene a casa”
Se fue al buffete de su hijo, abrió la puerta, entró y pegó
un portazo. Su hijo que estaba escribiendo allí inclinado sobre la mesa dijo
“Mamá, qué modo de entrar es este? Te imaginas que hubiese estado aquí con un
cliente?” “Con un cliente, o con tu querida! Sin vergüenza! Lo sé todo, y ahora
mismo me vas a prometer que no volverás a verla, que romperás esa relación”
“Mamá, no puedo hacerlo aunque quiera” “Que no puedes hacerlo, ¿por qué?” “Pues
sencillamente, porque voy a tener un hijo con ella”
Le dio dos sonoras bofetadas y le dijo “Precisamente tú, tú
has tenido que ser el que me haya hecho esta traición. No quiero volver a verte
jamás, no te pongas ante mí nunca, porque para mí has dejado de existir”
Se repetía la historia. La niñita esta le dijo un día “Ceci,
estoy pensando que tenemos que disponer de casarnos, porque ya falta poco para
que nazca el bebé, y a mi no me gustaría que naciera siendo hijo de madre
soltera” “Lo siento mucho , pero no puedo casarme, tú sabes que yo soy un
hombre casado” “Ah claro que lo sé, pero tú también sabes que hay una cosa que
se llama divorcio, tú que eres abogado” “Yo he jurado ante un altar que estaría
con mi esposa hasta que la muerte nos separara, y no voy a separarme jamás de
ella” “Anda, con que ahora nos vas a salir beato?” “No, ni beato ni nada, que
no voy a separarme de mi mujer” “Pues entonces vete ahora mismo y no vuelvas a
venir a verme” “Pero qué dices, criatura?” “Que te vayas te he dicho, so
golfo!”
Y pocos días después, ella ya tenía otro novio. Su esposa
pidió la separación y dijo que no quería seguir viendo con él. Entonces fue a
buscar refugio en los brazos de su madre. Cuando fue a abrir la puerta, no pudo
hacerlo porque esta había cambiado la cerradura. Entonces llamó y dijo “Ábreme,
mamá, que sé que estas dentro” Pero la madre no le contestó.
Al verse solo, despreciado por su esposa, por su amante y
por su madre, se sintió sucio y sin pensarlo dos veces, se alistó a la legión.
Fue destinado a África, y al llegar allí, el comandante era un agua partida con
él, bueno, todos los soldados y oficiales y todo, decían que parecía increíble
porque es que eran idénticos, de estatura, de ojos, cara... todo, idénticos. Un
día el comandante le llamó y le dijo “Chico, tú de dónde eres?” “yo de Jaen,
Señor” “Y tu padre, cómo se llama?” “No tengo padre señor” “Te llamas?” “Me
llamo Cecilio, señor” “No necesito más. El comandante supo que eran hermanos,
pero no le dijo nada.
Unos días después, hirieron gravemente al comandante en un
atentado. Estuvo a la muerte, y coincidió, que de todos los soldados y
compañeros, el único que tenía el mismo grupo sanguíneo, era este caballero
legionario. Él se ofreció diciendo que daría toda la sangre que hiciera falta
por él. Le hicieron muchas transfusiones, y al fin consiguieron los médicos
reanimarle.
Cuando recobró el conocimiento, supo que este caballero
legionario había dado mucha sangre por él. Entonces dijo “Claro que sí, como no
la va a dar, si somos hermanos”.
Supo que había nacido su hijo, y llamó a la madre, para
decirle que quería ir a conocerlo y a darle sus apellidos. Ella le dijo “A
qué?” “A conocer a mi hijo” “Tú hijo? Yo no tengo ningún hijo contigo” “Vamos,
me vas a negar que soyt el padre de ese niño?” “Ese hijo es mío solamente, tú
aquí no has puesto nada”
Fue otro golpe fuerte para él, pero también lo encajó.
Su hermano ascendió a teniente coronel. Ya se veía todos los
días con él, le invitaba a comer a su casa, todo el mundo supo que eran
hermanos, aunque sólo de padre.
Poco después inició una relación con la hermana de la mujer
de su hermano, bellísima, marroquí, como su mujer, pero cristiana. Era muy
feliz, y estaba loco por casarse y llevarla para que la conociera su madre,
pero Casilda enfermó y fue cada vez empeorando hasta que ya los médicos vieron
que se acercaba su final, y se lo dijeron a los otros hijos, y avisaron a
Cecilio.
Vino en cuanto pudo, y cuando llegó, solamente le dio tiempo
a oír como lo llamaba. “Cecilio, Cecilio” Y una de sus hermanas le dijo, “Mamá,
¿a quién llamas?, a papá” Abrió mucho los ojos y le dijo “¿A tu padre? No hija
no” En esto entró su hijo y lo vio, y dijo “Cecilio, hijo mío” Y fue lo último
que pronunció.
Aquí terminó aquella agonía tan grande que demostró que
había estado esperando hasta que llegara su hijo para verlo por última vez.
Entre sus cosas encontraron la mayor parte del dinero que le había dejado su
padre, y Cecilio, hombre de conciencia dijo “Este dinero, tenemos que
repartirlo entre todos los hermanos, porque este era de nuestro padre” “Pero
qué dices? Este dinero es de nuestra madre, has leído tú en algún sitio que
fuera de nuestro padre? No, este dinero es nuestro porque así lo quiso nuestro
padre.”
Al volver a África, todos sus compañeros legionarios
guardaban silencio cuando lo oían cantar con aquella amargura canciones a su
madre. Entre otras, aquella que cantara Manolo Escobar, que decía “Una altar
llevo en mi pecho a la madre que me dio a mí el ser, una mujer buena y valiente
que por culpa de un mal hombre tan desgraciada fue.”
El mismo día que le pusieron un fajín de general a su
hermano, a Cecilio le pusieron las estrellas de capitán. El general quiso
reunir a todos sus hermanos, a todos, legítimos y bastardos. Se encontraba
feliz de verlos a todos reunidos, y entonces dijo a Cecilio “Cuánto hubiera
disfrutado nuestro padre si nos hubiera visto juntos así a todos” Cecilio dijo “Papá,
tiene que estar ardiendo vivo en los infiernos” “Peor hijo, papá tiene que
tener un lugar muy bueno en el cielo!” “En el cielo? Será en el infierno” “No,
Jesucristo dijo, creced y multiplicaos, y no me negarás que papá cumplió al pie
de la letra la orden” “sí, fue un buen semental” “No, niño, no, a Dios lo que
es de Dios y al César lo qe es del César, no todo lo hizo mal, nos mantuvo a
todos, nos costeó y dio a todos estudios. A la vista está que todos tenemos
buenas carreras.” “Sí, pero el mérito no fue de él si no de nuestras madres.” “Bueno,
nuestras madres hicieron lo que pudieron, pero no podrían haberlo hecho sin el
dinero de él”. Se mordió los labios Cecilio para no seguir protestando, porque
se dio cuenta de que su hermano no se refería a él y a sus hermanos legítimos,
ya que su madre había sido notario, y para nada necesitó el dinero de su padre
para la educación de ellos.
Se casó con la marroquí, y lo primero que tuvieron fue
gemelos, niña y niño. Él dijo que la niña se llamaría Casilda como su madre,
pero su hermana, a la que él llamaba la gobernante dijo “De eso ni hablar, ese
nombre lo llevó mamá y no lo llevará ninguna mujer más de nuestra familia, porque
no sea que el nombre sea el que lleve consigo la desgracia.” “Y entonces qué
nombre le ponemos?” Y la madre de los bebés dijo “Cecilia y Cecilio, que para
eso son los dos idénticos a su padre”
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