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EL GUARDIAN DEL FARO
El guardián del faro era un hombre muy triste. No hablaba con nadie; cuando todas las semanas iba al pueblo a comprar todo lo necesario, no sonreía, todo el mundo pensaba "¿Qué le habrá pasado a este hombre para estar tan triste?".
Se había casado con aquella niña que tanto quiso, fue su novia de toda la vida... Llevaban tan solo dos años casados cuando ella se fugó con un marino y lo dejó con aquella niña tan pequeña.
Fue tan grande su humillación y su decepción que pensó en quitarse la vida, pero cuando aquella niñita que ya había aprendido a decir papá con solo un añito le echaba los bracitos y le tocaba la cara, pensó: "Que sería de mi niña si yo le faltara".
Y se dedicó a ella por completo, la crió con toda clase de mimos y atenciones; cuando la niña empezó a crecer, como era un manitas, le hacía muchos juguetes de madera y muñecas de trapo y le contaba muchos cuentos. Cuando la niña fue un poco mayor también la llevaba todas las semanas al parque del pueblo a jugar con otros niños, la enseñó a leer y a escribir, a rezar, a coser y a pintar y además cantaba con una voz preciosa y fuerte que tenía.
Pero se repitió la historia: a un marino se le averió su barco cerca del faro y acudió al farero a ver si podía arreglarlo,  descubrió a la niña y la volvió loca.  Ella, que era bastante inocente, cuando quiso darse cuenta ya se había entregado a él.
Cuando el padre lo descubrió le dio un fuerte golpe en la cabeza que él creyó que lo mató, lo amordazó, lo maniató, le echó un ancla al cuello y lo arrojó al mar y a la niña le dijo:
- No te perdonaré nunca que hayas traído tanta pena y me hayas causado tanto dolor, a partir de ahora vivirás encerrada en el faro, no saldrás de ahí jamás.
La niña por las noches cantaba muchas canciones de amor, los marineros que de noche salían a pescar, decían que era una sirena lo que ellos oían cantar, y una sirena fue la que al marinero salvó. Le quito las ataduras y se lo llevó lejos muy lejos a una isla desierta donde no se acercaban los aviones, ni siquiera los pájaros,
La sirena había estado siempre enamorada de este marinero, pero no se lo diría porque pensaba que cómo iba a quererla: "¿Cómo iba a querer a una persona mitad mujer y mitad pez?"
Un delfín que quería mucho a la sirena la siguió y fue tras ella a la isla, para que no estuviera sola con el marino. Éste era tan desgraciado al ver que no podía salir de allí que se pasaba días y días dando vueltas a la isla, pensando y buscando de qué forma iba a escapar; entonces ella hubiera estado muy sola, pero allí estaba el delfín que con sus silbidos y sus piruetas la distraía y la hacía reír.
Un día el delfín bajó a las profundidades del mar y vio que allí había un barco, y cómo son los delfines de curiosos, pues se metió dentro de él y descubrió que había un cofre lleno de preciosas joyas, cogió una linda diadema, se la colocó en su hociquito y se la llevó.
Almendrita (que así se llamaba la sirena) se puso muy contenta y se la colocó en la cabeza, con aquella preciosa mata de pelo que tenía, se miró en el reflejo de las aguas y decía:
- ¿Verdad que estoy muy bonita con la diadema?
Y Filippo, el delfín, le decía:
- Eres preciosa, sirenita.
Dos días después bajó de nuevo al fondo del mar, pero estuvo a punto de ser atrapado por aquel calamar gigante que custodiaba el barco y todo cuanto había en él; intentó cogerlo con sus tentáculos pero él pudo escapar. No obstante, Filippo el delfín lo vigilaba y sabía cuándo se quedaba dormido, y entonces bajaba sigilosamente, se metía en el barco y cogía otra joyita que le subía a su querida sirenita.
Un día ésta le dijo:
- ¡Como me gustaría tener un espejo como tienen las mujeres para mirarme, seguro que allí me vería mucho más bella de lo que me veo en las aguas!
Y Filippo recordó que había visto un espejo en el barco, era de oro con un mango labrado en oro también, pesaba mucho y le costó mucho subirlo, pero al fin lo consiguió.
Almendrita se puso tan contenta que cogió el espejo y lo besó, y en ese momento se deshizo el hechizo. A Almendrita le desapareció su cola y le salieron unas preciosas piernas de mujer, empezó a hundirse en el agua, porque al no tener cola ya no sabía nadar, pero allí estaba el delfín para ayudarla y sacarla a flote.
Entonces ella muy agradecida lo besó una y otra vez, y el delfín se transformó en un guapo joven, alto, moreno, delgado, con perfil de aristócrata.
Éste le dijo:
- Almendrita, tu y yo somos hermanos, tú no recuerdas nada porque eras muy pequeña, pero yo era mayor y lo recuerdo todo. Papá era un príncipe que murió en un guerra de esas que había en el extranjero; al quedar viuda mamá había un ogro en un castillo cercano que quiso vivir con ella. Como mamá se negó, para vengarse por haberlo despreciado le hizo un maleficio y nos hechizó a los dos, porque sabía que era donde más daño le hacía.
Había una bruja en el bosque (de las pocas brujas que había buenas, pero ésta lo era); era muy muy anciana y no pudo deshacer el maleficio del malvado ogro, pero sí pudo convertirlo en calamar, y llevarlo en su escoba a aquella isla sola y maldita, donde nadie se acercaba porque decían que estaba endemoniada, y allí lo dejó.
Allí fue creciendo el calamar y se hizo un calamar gigantesco, pero sí pudo llevarse con él el cofre con las joyas de nuestra madre.
Al volver el marino, a Filippo no le gustó nada como miraba a su hermana y le dijo:
- Si te atreves a tocar a mi hermana, te mato
El marino vió que no lo amenazaba en balde y jamás lo intentó.
El calamar comprobó que le faltaba el espejo del barco y temía que deshicieran el maleficio; subió de las profundidades del mar y con sus tentáculos intentaba cogerlos para arrastrarlos y matarlos, pero por muy grandes que eran no llegaban de un lado a otro de la isla. Entonces Filippo y el marino salieron un día por la isla para ver si encontraban algo, y se encontraron un arpón, de éstos que usaban para cazar ballenas.
Se lo trajeron y Filippo, que era un buen cazador, se lo lanzó tan bien que se lo clavó directo en el corazón, el rugido que dio aquella bestia salvaje retumbó en toda la isla y poco después todas las aguas se pusieron negras con la tinta del calamar.
Los tentáculos quedaron flotando y Filippo le dijo al marinero:
- Vamos a intentar cogerlos, a ver si podemos con hierbas y maderas y todo lo que pillemos, hacer una embarcación para irnos de la isla.
Y así lo hicieron, navegaron muchos días sin divisar ningún barco. Ya estaban desfallecidos cuando un barco desde lejos los vio, los recogió y se los llevaron.
La bruja buena había dejado encantado el castillo que era propiedad de sus padres, por si algún día volvían; y así se lo encontraron, conforme iban entrando llevando Almendrita el espejo en sus manos, todo iba tomando su forma original.
La única que no estaba en el castillo era su madre, porque mientras que la bruja buena iba a la isla a dejar el calamar, ella había muerto de pena, y cuando volvió no pudo hacer nada.
El marino fue a ver al farero, le contó la historia y éste muy serio le dijo:
- ¡Vete de aquí, desgraciado! ¿O quieres que te mate de verdad?
Fue en busca de los príncipes, éstos le acompañaron y entonces vio que era verdad todo lo que éste le había contado y permitió que se casara con su hija.
Los padrinos fueron los príncipes, la boda la celebraron en el castillo y fue todo un acontecimiento.
El príncipe Filippo también se casó con una hermosa princesa, pero la princesa Almendrita dijo que no se casaría jamás, y se pasaba los días sentada en un acantilado mirando al mar, recordaba el tiempo en el que era una sirena y decía:
- ¿Cuándo fui más feliz, entonces o ahora?
Y sentía mucha pena...
Al regresar al castillo, el príncipe se puso enfrente de una fotografía de su madre:
- Lo siento mucho, mamá. No he podido recuperar tus joyas, pero no puedo exponerme a perder la vida, tengo que cuidar de mi hermana, de mi esposa y de mi hijita que se llama Margarita como tú. 
FIN

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