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Mielita





Era la abeja más bonita, más buena y más trabajadora de todo el enjambre. Por ello, la reina pensaba que un día ella sería su heredera. Los zánganos la perseguían por todas partes pero ella los despedía diciendo: “Alejaos de mi, vagos, que ya que no trabajáis, por lo menos dejadnos trabajar a los demás a gusto, sin que nos molestéis.”

La llamó la reina y le dijo “Mielita, tráeme una poquita miel y que esté fresquita porque tengo la garganta muy seca”.

Salió inmediatamente al jardín de la seña Engracia y cogió una hojita de aquellos pensamientos tan lindos que tenía con aquellos colores que parecía que habían sido matizados por una buena bordadora, o por el pincel de un gran pintor. Repuso allí las gotitas de miel y se las llevó a su reina. Esta se emocionó y le dijo “Qué detallista eres Mielita. Lo tiene todo completo. Eres bonita, trabajadora, buena… Te pareces mucho a mi, por eso serás algún día una reina buena, como yo.”

Pero tengo que reprenderte algo, y es que trabajas mucho, y si sigues así, pues te pondrás vieja y fea y no podrás ser reina. Y mientras tanto, tus hermanas se pasan el tiempo complaciendo a los zánganos mientras tú haces tu trabajado y el de ellas. No cariño, tú tienes que hacer sólo el tuyo, y ellas que hagan el suyo también.”

Salieron unas cuantas a llevar el polen por todas las plantas y allí había sentado en el jardín, un monstruo, grade, gordo, feo. Que con una especie de pala, mató a casi todas sus hermanas. A ella no, a ella la cogió y con mucha saña, le arrancó el aguijón y le quitó sus alas. Cuánto daño le hizo. Luego la soltó y riéndose a carcajadas le dijo “¡Anda! A ver como te defiendes, y si no puedes, que te ayuden tus hermanas”. Que las pobres estaban todas allí muertas, y un pajarito estaba ya allí dispuesto para tragárselas.

Apenas podía andar, porque no solo le arrancó las alas sino que también le hizo daño en sus patitas. Iba llorando amargamente y se puso mucho peor cuando en aquel charquito de agua vio aquella cosa tan fea en que aquel ser tan malvado la había convertido.

En la colmena fue un día muy triste, todo estaba en silencio porque la reina dijo que no quería que se oyera ni un mal ruido porque tenían que guardar luto por la muerte de todas sus hermanas.  

Vino una cigarra y le dijo “Mielita, qué te ha pasado, qué te han hecho?” Y ella llorando le contó todo el proceso. Entonces ela le dijo “Anda, sube a mi lomo, que te lleve a tu casa, porque aunque Mielita la estaba siempre regañando porque no trabajaba, pero cuando su madre estuvo mala, le daba miel para que se la llevara. Entonces se la llevó volando. Cuando llegó a la puerta de la colmena y llamó diciendo que era la vecina cigarra, la reina dijo a los zánganos “Id y echadla fuera, que esa perezosa no entre en nuestra casa” Pero cuando abrieron y vieron que llevaban a Mielita, y se lo dijeron a la reina y la hicieron pasar y le dijeron que comiera toda la miel que quisiera y también que se llevara a su casa. La reina al ver como venía Mielita, que era su preferida, como ya era tan mayor no pudo soportarlo y cayó enferma.

Mielita la cuidaba y como ya no podía volar ni trabajar, se dedicaba a hacer la limpieza. Los zánganos ya ni la miraban, y sus hermanas se burlaban de ella. Al fin, un día, no pudo soportarlo más y dijo “No quiero seguir viviendo” Y Salió fuera de la colmena. Iba muy triste,  y entonces vino una mariposa muy linda, con unos colores preciosos y le preguntó “¿Adónde vas Mielita?” “Pues que quiero quitarme ya la vida, ya no puedo vivir más así” “¿Qué dices Mielita” “si” “Ven” La tocó con sus antenas y ella sintió una cosa muy extraña en su cuerpo. Entonces la mariposa le dijo, “Anda, prueba a ver si puedes volar, porque ya tienes otra vez tus alas.”

La mariposa le dijo “Como ya puedes volar, sígueme, que vamos a ir a castigar al malvado que te hizo tanto daño”. 
Estaba el monstruo tumbado en una hamaca allí en el jardín, y la mariposa le dijo, “Ve, pícale en los labios”. Ella se le posó en los labios, pero no tuvo valor de picarle, porque sabía que allí le iba a hacer mucho daño. Y entonces se fue y le picó en una mano. Aquel hombre dio un salto pidiendo a gritos algo así como “¡Balso, balso!” porque era una medicina que tenían que ponerle, porque era alérgico a la picada de las abejas. 
Entonces la mariposa le dijo, me he dado cuenta del corazón tan grande que tienes. No has querido picarle en los labios porque sabías que le ibas a hacer mucho daño, y por eso le has picado en la mano "Le puso entre sus patitas delanteras una barrita muy fina, dorada muy brillante, y le dijo: “Tienes tan buenas condiciones, que lo mismo que yo soy hada de las mariposas, algún día tú tendrás que ser hada de las abejas.”

Volvía toda contenta deseando que la vieran sus hermanas y sobre todo la reina, pero al llegar se llevó una desagradable sorpresa. Alguien había dicho a la reina que ella había salido para no regresar más. Como era tan mayor y además estaba enferma, le dio un jamacuco y se murió.

Enseguida fue coronada ella reina, y se acordó de aquella barrita que la mariposa le había dado, y dijo: “Voy a probarla, a ver para qué sirve”. Y fue tocando uno a uno a todos los zánganos, y estos conforme los iban tocando, inmediatamente se ponían a trabajar. A todos no, menos a uno, que lo nombró rey consorte, porque pensó que la obligación de una reina no era solamente mandar, sino también procrear para que nunca desapareciera el enjambre.


Reinaba con mano firme, pero todos la querían mucho, sobre todo los que vivían entre la vecindad, todos los demás animalitos que vivían allí cerca. Y sobre todo los dueños de las colmenas porque decían que desde que ella reinaba había crecido mucho la producción de miel. 

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