Rubén era el único hijo que tenían aquellos señores llegados a aquella aldea en aquel sitio tan oculto, donde no había ni carreteras ni agua… el único medio de comunicación eran los carros tirados por bueyes o mulos. En el caso de ellos, un coche de caballos.

Pero pronto, mandarían al niño a estudiar a Madrid primero y después a Londres. Cuando volvió no era ni parecido a aquel niño que había salido de allí, de la casa. Era un cretino, presuntuoso, maleducado que trataba a la niña con mucho desprecio porque solo veía en ella a la hija del jardinero, del cochero. Y él se creía mucho más superior.
La niña lloraba amargamente encerrada en su habitación, y su padre hubiese querido poder irse de allí, pero no podía dejar aquel trabajo. Hacía falta el dinero que ganaba. La madre, una profesora que había dejado su trabajo, al casarse con su marido, se dedicó a educar a su hija. La niña pues iba creciendo con una educación perfecta.
Cuando el niño terminó el bachiller, dieron una fiesta hermosa y vinieron muchos amigos de sus padres con sus hijos e hijas. Y entonces el padre dijo “Deberíamos invitar a Elsa, no?”
Y él muy enfadado dijo, “Elsa no viene a mi fiesta, esa no tiene categoría para alternar con mis amigos.”
La niña, que ya era una señorita, se subió a un árbol muy alto y desde allí estuvo contemplando cómo se divertía su antiguo amigo con sus otros compañeros y amigos. Lloró también bastante, pensando por qué tenía ella que ser tan pobre.
La madre, Lolita se llamaba, empezó a coser y bordar para la señora. Y todo el dinero que le pagaban, lo fue ahorrando, y al fin pudieron mandar también a su hija a estudiar a Madrid.

Opositó para coger una plaza en la seguridad social y como siempre sacó el número 1. Ya, como ella decía, podía permitirse el lujo de comprar un piso para pagarlo a plazos, donde pudieran vivir más cómodamente. Le puso a su madre una empleada de hogar, y la madre también empezó a trabajar como maestra. Al padre le dieron una plaza de celador en la clínica donde ella trabajaba.
Y algún tiempo después, compró un piso, con tres dormitorios, salita de estar, salón, dos baños, zona de servicio… lo amueblaron y acondicionaron bien. Su vida trascurría llena de felicidad, porque para ella su mayor alegría era ver a sus padres felices y contentos.
Un día estaba de guardia en el hospital, y llevaron un chico joven. Pobre hombre, lo habían asado a puñaladas. Entonces empezó a curarlo, sin darse cuenta de quien era. Hasta que fue a curarle las heridas que le habían hecho en la cabeza. Entonces vio que era su amigo de la infancia, Rubén. Sus compañeros le decían que era inútil, que no iba a conseguir sacarlo, porque era mucha la gravedad que tenía.
Ella, cuando terminaba de curarlo, se iba a la capilla y se hincaba de rodillas ante el santísimo, y le decía “Ayúdame, ayúdame a salvarlo”
Y vaya si el señor le ayudó, que consiguió arrancárselo de las garras a al muerte, pero quedó ciego y en silla de ruedas. Un día, vino un médico alemán, oftalmólogo, y entonces ella le pidió que lo viera, para ver si era posible hacer algo para devolverle la vista. Este médico dijo que sí, que se comprometía, pero tenían que llevarlo a su clínica de Alemania, en Berlín, porque el proceso sería largo y tenía que tenerlo cerca. Pidió ella un mes de permiso para irse a Berlín con él, y también se llevó a sus padres, quería que conocieran esta bonita ciudad alemana. No fueron en el mismo vuelo, porque ella no quería que sus padres lo vieran. Los padres se dedicaron a pasear y a visitar todas las cosas hermosas que hay allá. Ella en cambio, apenas salía de la clínica. Lo sacaba a pasear en silla de ruedas, a los bonitos jardines que había alrededor de la clínica. Le daba de comer, lo cuidaba, y le leía revistas y periódicos. Lo animaba mucho.
Él decía, o pensaba: “Esta voz… qué me dice a mi esta voz, esta voz la recuerdo, esta voz la conozco… pero no sé de qué”. Pero en ningún momento no pudo relacionarla con aquella amiga de la infancia.
A los 20 días de la operación, llegó el día cumbre. En una habitación semi en penumbras, el doctor empezó a quitarle los vendajes, y cuando acabó, él no se atrevía a abrir los ojos. El doctor le dijo, abre los ojos hijo, y fue abrirlo, y dar un grito de alegría “¡Le veo doctor, le veo!” Lo tenía enfrente, y en seguida se volvió para ver a la doctora, pero la doctora ya no estaba allí. Entonces él le preguntó “Y la doctora, donde está?”
“La doctora ha tenido que marcharse, la han llamado urgentemente de España y ha tenido que irse para allá”.
En aquel momento no supo definir si fue lo que sintió rabia, o pena… se sintió decepcionado. Y pensó “Al fin y al cabo ¿yo qué soy para ella? un enfermo más.”
Al llegar a España, dijo a su administrador y a su fiel criado, el negro Gerónimo, que siempre estuvo a su lado, que lo llevaran al hospital, al visitar a la doctora. Pero ella no lo recibió, dijo que tenía mucho trabajo y no podía recibirlo. Se sintió muy dolido y dijo de no ir a visitarla más. Se fue a la aldea, pensando que allí con los pinos, los eucaliptos, y en fin, toda aquella grandeza que había al lado de las rías que pasaban junto a la finca, trataría de, sino curarse del todo, por lo menos recuperarse un poco.
Pero la mala suerte volvió a cebarse otra vez con él. Iba un día en su silla de ruedas, pensando precisamente en aquella voz… ¿de quien era aquella voz que le era tan conocida? Y que en sus sueños, soñaba con Elsita. Pero la voz era la de la doctora. ¿Qué tendría que ver Elsita con la doctora? Tan ensimismado iba con sus pensamientos, que no se dio cuenta, e iba al borde del río y cayó. Otra vez lo llevaron al hospital gravemente herido.
Al saber cómo había sido el accidente, le dijo muy enfadada “¿Tú qué, que no vas a crecer nunca? ¿Siempre vas a seguir haciendo travesuras como si fueras un niño?”.
Él pensó “¿Y qué sabe esta doctora de mi vida, de mi infancia?”.
Oficialmente se la conocía por su primer nombre, se llamaba Lucía, Lucía Elsa María, y entonces pues tampoco por le nombre podía relacionarla con Elsita. En el hospital todos se habían dado cuenta de que siempre que se acercaba a este enfermo se ponía unas gafas oscuras, pero no le daban mayor importancia. Y es que ella no quería que le viera los ojos, porque sabía que seguro que la reconocería.
Aquella noche, soñó con el día en que cayó por un precipicio. Iba con la bici, y Elsiña le decía “No vayas por allí, no vayas por ahí, que te vas a caer” Y el riéndose a carcajadas siguió, y vaya si cayó. Pero quedó enganchado en una rama, y gracias a Elsita, se salvó, sino, hubiese terminado como su bicicleta, hecha pedazos del todo. Pero la niña, en el esfuerzo tan grande que hizo, se hizo una herida en la frente, al lado derecho. Por muy bien que madre la curó, la cicatriz allí quedó.
Al día siguiente, cuando la doctora lo estaba auscultando, instintivamente cogió y le retiró el pelo que llevaba siempre echado hacia la cara en el lado derecho. Y allí estaba la cicatriz.
Él, con voz entrecortada por la emoción, le dijo “Elsiña, por qué no me has dicho que eras tú?”
Y ella, no supo qué constestarle. Salió deprisa de la habitación y se marchó, se marchó llorando amargamente a su despacho. Se puso con la frente sobre el cristal de su ventana porque le ardía y quería que le diera el fresco del cristal. Él hizo un esfuerzo grande, y se puso de pie. Y empezó a caminar, despacio, despacio se fue hacia el despacho, y abrió la puerta lentamente. Ella no lo oyó, y cuando se acercó a ella, la oyó que decía, por qué Dios mio, por qué ha tenido que volver otra vez. Y el cogiéndola por los hombros le dijo “Porque tenía que agradecerte todo lo que has hecho conmigo”
Ella se volvió, y le dijo: “Rubén, te has dado cuenta de que andas, te has dado cuenta de que estás de pie!”
“Si, Santa Elsiña”
“No digas bobadas, yo no soy ninguna santa”
Y él le contestó: “Solamente los santos hacen milagros, y acaso no es un milagro lo que tú has hecho conmigo? Quiero que dios me perdone, y que me concedas el poder seguir siendo tu amigo”
Entonces ella mirándolo fijamente, le dijo: “¿Después de todo solo te atreves a pedirme amistad? ¿Acaso puedo aspirar a algo más?
Ella se abrazó a él y le dijo “Es lo que estoy deseando desde que tenía 5 años”
Cuando la abrió la empleada la puerta, le dijo: “Ui doctora, prepárese que no sabe cómo está de enfadada su mamá”
”¿Si? ¿por qué?”
“Porque hemos tenido que calentar la comida ya dos veces. Dice que cada día va usted más tarde”
Le dijo la madre enfadada “Hija mía, ya podría haber llamado para decirnos que pensabas venir tarde”
Y le dice “ Bueno Mamá, no te preocupes, ya estoy aquí” Se volvió a la empleada y le dijo “otro cubierto en la mesa”
Los padres se quedaron fríos al ver que era Rubén el que la acompañaba. Y la madre muy altiva dijo “No hija. El señorito Rubén tiene mucha categoría para comer con nosotros que somos tan inferiores.”
Y él echándole el brazo por el hombro le dijo “Pues prepárate Lolita, porque a partir de ahora me vas a ver comer en tu mesa muchas muchas veces. Porque hoy vengo a pediros la mano de vuestra hija”
Elsiña quiso casarse en la aldea, e invitó a todos sus compañeros del hospital y amigos, que tenía muchos ya en Madrid. También fueron invitados todos los aldeanos que acudieron a la boda vestidos con los trajes regionales. Él solamente llevó a la boda a su administrador y su viejo criado, porque familia no tenía, y dijo que sus amigos eran todos unos golfos y jamás permitiría que se acercaran a su querida Elsiña. Los padrinos fueron los padres de ella. La boda fue una cosa hermosísima, estuvieron tres días celebrando, y después se fueron a hacer un largo viaje de novios.
Cuando volvieron, ella le dijo “Rubén, sabes que he pensado, que es demasiada casa ésta para nosotros solos”.
“No cariño solos no, y tus padres?”
“Bueno, ya contaba yo también con ellos de todas formas, y quiero yo pedirte algo”
“Tú sabes que lo que me pidas, si está en mi mano lo vas a tener”
“Pues quiero hacer yo aquí una residencia para ancianos y paralíticos que hayan sufrido un accidente, como lo sufriste tú”
“Así será mi vida. Y se llamará, Santa Elsiña”
“Otra vez con el cuento, Rubén!”
“Cuento no, tú sabes que esto nuestro es un milagro”
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