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“Antes de entrar a robar, entérate de si en esa casa vive un policía”


Había estado 18 horas de servicio, persiguiendo a unos malhechores, que nos costó bastante poder atraparlos. Al fin lo conseguimos, y los pusimos a buen recaudo.
Al llegar a casa, encontré una nota de mi esposa: “Estoy en un cumpleaños de una amiga, vendré tarde. Un beso cariño”
Cariño, pensé. Después de estar tantas horas de servicio, ahora llego a casa y solamente encontrar una nota, y ni siquiera me había dejado la cena preparada. Me duché, me calenté un vaso de leche y me tumbé en la cama. Como estaba tan cansado, me quedé dormido, pero me desperté porque me pareció oír como si alguien estuviera moviéndose muy sigilosamente por la habitación. Creí que mi esposa había vuelto, y había entrado muy despacio para no despertarme. Pero comprobé que no era así, era un hombre el que había en la habitación. Cogí la pistola que la tenía en la mesa de noche, y me quedé quieto para ver a qué había entrado. ÉL movió todos los cajones de la cómoda, del armario… lo removió todo.
Entonces, yo, con voz muy pausada le dije “Busca hijo busca, que busco yo de día y no encuentro, ¿ vas a encontrar tú de noche?”
Qué le entraría a este hombre en el cuerpo que se tiró de cabeza por el balcón a la calle. El grito que dio al caer fue espantoso. Y aquí me tienen ustedes, después de todo mi cansancio, teniendo que bajar a auxiliarlo.
Tenía una herida en la cabeza, parecía que los brazos los tenía rotos, se quejaba de las piernas… Pero parecía que eso a él no le importaba, lo único que decía entre sollozo y sollozo es “¡Ai madre mía, ai madre mía, me he capao!” Y es que al parecer, al tirarse, se había dado el pobre hombre un fuerte golpe en los cataplines, y le había quedado, pues eso, listo.
Llegó la ambulancia, y ayudé a meterlo en ella. Entonces antes de marcharse, le dije “Hijo mío, otra vez que vayas a robar, entérate antes de si en esa casa vive un policía”.
Volví a acostarme, y llegó mi esposa. Venía muy cansada, y decía “Ai no te puedes imaginar lo que me duelen los pies. Tú como estás aquí tan tranquilo. Seguro que viniste y te acostaste. Y estás aquí dormido descansado.”
 “Llevas razón cariño, llevas razón. Vine muy temprano, me acosté y estoy harto de dormir”. “¿Por qué no me das un masaje en los pies, me calientas un vaso de leche y me traes un calmante?”
Entonces me quedé mirándola y le dije: “Qué buen parto hubiera hecho mi madre conmigo si ahora me pusiera yo a darte masajes en los pies”
Por lo menos en sueños lo había pasado bien.

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