Al igual que en los humanos hay quien han sidos dotados de algo especial, que los hace distintos a los demás también sucede con los animales, en este caso un perro de raza labrador.
Desde muy pequeño, cuando solo era un cachorro de pocos días ya empezó su dueño a darse cuenta de su inteligencia, sí, digo inteligencia porque aunque hay quien piensa que los animales solo tienen instinto, creo que puedo demostrar que no es así.
Molongo tenía muchos juguetes, los ponía todos en su caja muy ordenados y cogía uno para jugar y después lo colocaba en el mismo sitio, su amo les cambiaba el orden para probarlo y enseguida lo notaba y los ponía otra vez como antes.
Otro día se comieron el pienso de tres días de un tirón y el dueño les dijo: “tres días vais a estar sin comer“ Molongo, saltaba y cogía frutas de los árboles, y se lo ponía en sus platos, cogía tomates y otros frutos y también se los ponía para que no pasaran hambre.
Hacía rondas en la casa por la noche para comprobar si la familia estaban todos bien, y cuando veía que todos dormían tranquilos y bien, volvía a acostarse.
Amaba a su dueño tanto como su dueño a él, pero un mal día… Molongo desapareció. Su dueño Juan Rafael lo buscó por todas partes, ofreció dinero para quien lo encontrara, todo inútil, parecía que se lo hubiese tragado la tierra. Juan Rafael y la familia Caballero Contreras lo sintieron como a un miembro de la familia.
Pasaron los días, los meses y era raro el día que no hablaran de Molongo.
“Papá hay cuatro labradores”le dijo. El padre le contestó “No hija, tres labradores y un bodeguero” “No papá, cuatro labradores” Efectivamente así era , aunque el nuevo inquilino no tenía parecido ninguno con al que un día triste desapareció. Juan Rafael le dijo “Molongo dame la pata” y como hacía siempre, fue a darle la patita, fue diciéndole todo lo que hacía y comprobó que era él. Estaba en los huesos, por todo el cuerpo tenía muchas heridas y cicatrices, su pescuezo sangraba por lo mucho que había tirado para romper la cuerda que lo mantenía amarrado.
Desde muy pequeño, cuando solo era un cachorro de pocos días ya empezó su dueño a darse cuenta de su inteligencia, sí, digo inteligencia porque aunque hay quien piensa que los animales solo tienen instinto, creo que puedo demostrar que no es así.
Molongo tenía muchos juguetes, los ponía todos en su caja muy ordenados y cogía uno para jugar y después lo colocaba en el mismo sitio, su amo les cambiaba el orden para probarlo y enseguida lo notaba y los ponía otra vez como antes.
Un día fueron a cazar patos, lo llamó su amo y por acudir en seguida a la llamada se tiró por un terraplén de unos tres metros, y se rompió una pata. Con su pata rota sin quejarse del dolor que tendría tan grande le quitaba los patos al otro perro del amigo para llevarselo a las niñas. Y cuando su amo se dio cuenta de que cojeaba al tocarle vio que le dolía y lo llevó al veterinario, que le dijo que tenía varias fracturas y que se quedaría cojo, pero no fue así.
Una perrita hermana suya era muy traviesa, saltaba la cerca que había en los jardines y destrozaba las plantas, pero luego no podía salir. Su amo la sacó una y otra vez hasta que pensó darle un escarmiento y por mucho que gimió no la sacó. Molongo con sus patitas hizo un agujero y le metió un pedazo de pan para que no pasara hambre.
Amaba a su dueño tanto como su dueño a él, pero un mal día… Molongo desapareció. Su dueño Juan Rafael lo buscó por todas partes, ofreció dinero para quien lo encontrara, todo inútil, parecía que se lo hubiese tragado la tierra. Juan Rafael y la familia Caballero Contreras lo sintieron como a un miembro de la familia.
Pasaron los días, los meses y era raro el día que no hablaran de Molongo.
Era el día de San Antón, al regresar de la fiesta Juan Rafael y su hija María, la niña entró mientras su padre aparcaba el coche.
“Papá hay cuatro labradores”le dijo. El padre le contestó “No hija, tres labradores y un bodeguero” “No papá, cuatro labradores” Efectivamente así era , aunque el nuevo inquilino no tenía parecido ninguno con al que un día triste desapareció. Juan Rafael le dijo “Molongo dame la pata” y como hacía siempre, fue a darle la patita, fue diciéndole todo lo que hacía y comprobó que era él. Estaba en los huesos, por todo el cuerpo tenía muchas heridas y cicatrices, su pescuezo sangraba por lo mucho que había tirado para romper la cuerda que lo mantenía amarrado.
Miraba a su amo con aquellos ojos tan bonitos como queriéndole contar todo lo que había sufrido y lo que lo había recordado.
Con todo el cariño que padre e hija siempre le tuvieron lo lavaron, curaron sus heridas y le dieron de comer. Venía hambriento y muerto de sed. Se recuperó un poco pero venía enfermo, le costaba echarse y levantarse, pero a pesar de eso, siempre salía a recibir a su amo, moviendo su rabito y mirándolo con aquel cariño que siempre lo miró. Un triste día del mes de mayo, Molongo murió sin dar ruido como siempre. Yo sé que si en el cielo hay un sitio para los perros allí estará él.
Y termino esta historia con lágrimas en mis ojos, recordando algo que le oía decir a mi madre: “ el que maltrata a un animal merece ser tratado igual”.
Ojalá tú mísera persona que hiciste tanto daño leas algún día estas letras. Y se te caiga la cara de vergüenza.
Autor: Custodia Contreras Barranco
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