Anita pertenecía a una familia de labradores, clase media acomodada. Mantenía relaciones con un primo hermano, de unos años mayor que ella, y estaba muy enamorado. Este hombre, tenía un patrimonio bastante bueno. Esta noche estaba Anita con su novio, al amor de la lumbre y en presencia de su madre como entonces era costumbre. Se levantó y la madre le preguntó:
“Dónde vas, Anita”
“Voy al corral, Madre, a orinar”
Había llegado a la aldea un chico joven, jugador, borracho, mujeriego…Tenía todos los vicios acumulados. Pero era guapo, tocaba muy bien el acordeón…Las chicas todas perdían la cabeza por él. Y Anita también cayó en sus redes.
Bueno, viendo que tardaba mucho en volver, la madre fue a buscarla. La puerta del corral por donde los animales entraban y salían estaba abierta, y de Anita ni rastro, había desaparecido. La buscaron por todas partes, fue inútil. Anita se había fugado con el chico del acordeón.
Anduvieron de allá para acá algunos años. Él seguía con su vida desordenada. Ella pasaba muchas fatigas. Al final, arta de sufrir y padecer, enfermó de aquella cruel enfermedad que había entonces incurable que era la tuberculosis…
Y como el hijo pródigo, volvió en busca de su madre. Ésta al verla en las condiciones que venía la abrazó y perdonó y se hizo cargo no solamente de ella, dos sino de los tres hijos que ella tenía. Poco después el hijo mayor enfermó de aquella enfermedad mala que tenía su madre. Y no tardaron mucho en morir los dos.
Quedaron la hija y el hijo pequeño. Emilie era una niña buena, obediente, siempre muy pegada a su abuela. Pero Paquito, ay Paquito, la abuela le decía “¡No sé qué voy a hacer contigo!” Porque era malo como no había otro. El abuelo le daba palizas con un ramal doble, pero a él le importaba poco, acababan de pegarle e iba a hacer otra travesura.
En la casa hacían unas matanzas grandísimas, y él cogía se llevaba las tripas enteras de salchichón, de chorizo, de morcilla, para comérselas con sus amigos. La abuela metía los chorizos y demás en orzas con mantecas y las precintaba. Paquito abría las orza por abajo y sacaba los chorizos, se los llevaba y la volvía a precintar otra vez. Cuando la pobre mujer, iba a buscar chorizo se encontraba con que solamente había manteca, y el muy pícaro le decía:
“Abuela, esa manteca debe tener mucho alimento porque se han desecho los chorizos dentro de ella”
“Abuela, esa manteca debe tener mucho alimento porque se han desecho los chorizos dentro de ella”
El abuelo le prohibió terminantemente que entrara en la huerta, porque todos los mejores frutos los cogía, se los llevaba o los regalaba. Y él le quitaba las tapas a las botas y se las ponía en las punteras, para que pareciera que lo hacía en vez de entrar a la finca era salir. Cuando cogía los frutos se los lleva, iba al río , se quitaba sus botas y se iba río arriba, río abajo, y el abuelo no se explicaba cómo podía entrar por el río y salir precisamente por la entrada sin preocuparse por encontrarse con él.
Al fin, pareció que sentaba cabeza. Se puso en relaciones con una chica de un pueblo cercano, se casó, tuvo un hijo; y en fin, se volvió un poco formal.
Pero como en esta familia las desgracias no había terminado, un día que estaba labrando la tierra, tardó en volver. Entonces su esposa mandó a buscarle. El tractor había volcado y le había pillado debajo. Allí estaba Paquito muerto.
Ya sólo quedaba Emilie. También murieron los abuelos, que no pudieron resistir ya más penas. Entonces ella se casó, y cuando se vendió todo cuanto había heredado de los abuelos y cuando se marchaba dijo:
“No volveré jamás a la aldea, dónde he sido tan desgraciada”
Al padre lo encontraron un poco después en una cuneta con una navaja clavada en el pecho y abrazado a su acordeón. Nadie supo quién le dio muerte.
Y aquí terminó la historia de esta famila que fue tan desgraciada.
Al padre lo encontraron un poco después en una cuneta con una navaja clavada en el pecho y abrazado a su acordeón. Nadie supo quién le dio muerte.
Y aquí terminó la historia de esta famila que fue tan desgraciada.
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