PITUFINA Y CHINORRIN
Pitufina era una perrita muy linda, pelo largo blanco
precioso, que brillaba mucho porque su dueña la bañaba, la perfumaba, la
cepillaba, ¡la cuidaba con tanto esmero...! Y además llevaba un cascabel de plata
con un lacito rojo, era muy coqueta.
Un día sus dueños tuvieron que salir de viaje y, mientras,
la hospedaron en casa de los suegros de la dueña, allí también era la niña
mimada, pero al día siguiente de llegar empezó a ladrar mucho, a gemir como si estuviera
llorando, se ponía cerca de la ventana nada más que mirando hacia arriba... La
señora decía:
- ¡Qué le pasará a la perra! ¿Será que se acuerda de mis
hijos o es que estará mala?
Pero regresaron éstos de su viaje y cuando fueron a cogerla
para llevársela salió corriendo y se escondió en el dormitorio debajo de una
cama, porque lo que no quería era marcharse.
- - ¡Qué raro! ¿Tan a gusto has estado aquí que no
quieres venirte con nosotros?
No obstante, se la llevaron, y allí no quería comer… Se puso
muy triste, no hacía más que gemir.
Tuvieron que volver a ir de viaje otra vez los señores y la
perrita volvió al mismo sitio loca de contenta, pero empezó igual, a ladrar y
mirar hacia arriba y es que en el cuarto piso vivía Chinorrín; era un perro caniche,
muy nervioso, muy gracioso y muy bonito, tenía el pelo grisáceo y también
estaba muy bien cuidado.
Cuando los sacaban a la calle los dueños a pasear se
conocieron y se enamoraron, y también Chinorrín estaba nervioso, ladrando y
queriendo salir, en cuanto se escapaba cogía las escaleras abajo, llegaba a la puerta
de la vecina y empezaba a tocar con sus patitas en la misma y a ladrar.
Un día estaba Chinorrín allí escondidito para ver si abrían
la puerta y así fue. Salió la vecina a sacar la basura y él muy silencioso se
introdujo en la casa, los dos, muy silenciosamente se fueron a una de las habitaciones
más apartadas y allí dieron rienda suelta a su amor.
Cuando entró la dueña del piso preguntó:
- ¿Dónde estás, Pitufa? ¿Dónde estás?
Y le pareció que había ruido en la última habitación de la
casa y se encontró ¡con que estaban ya los dos entrelazados! Llamó enseguida a
la dueña del perro y le dijo:
- ¡Ay por Dios! ¿Qué hago yo ahora, cómo se lo digo a mi
nuera sabiendo cómo está ella con su perrita?
- No le digas nada, si tampoco por qué tiene que enterarse…
Y pensó:
- - Llevas razón - y no le dijo nada.
Llegaron éstos de viaje y se llevaron a su perrita y estaba
muy extrañada la dueña porque la perra no hacía más que dormir y dormir, comía
y se acostaba y a dormir, ¡y se estaba poniendo de gorda! que un día dijo:
- Voy a llevar a mi perrita al veterinario a ver qué le pasa.
Y el otro dijo:
- Pues anda, qué le va a pasar… ¡Que está preñada!
- ¡Imposible! Mi perra no ha estado con ningún perro que yo
sepa.
Y el veterinario riendo dijo:
- Pues que yo sepa ninguna hembra se queda preñada sin estar
con un macho.
Habló seriamente con su suegra y ésta no tuvo más remedio
que decirle la verdad.
Al fin dio a luz la perrita dos cachorritos preciosos y la
dueña del perro se presentó y dijo que ella quería uno de los dos cachorros.
- Pues no te voy a dar ninguno, los cachorros son míos.
- ¡Son hijos de mi perro!
- Bueno, pero eso nadie lo sabe.
- Pues ya verás si lo vamos a saber…
Se fue al juzgado y le puso una demanda.
- Vamos a ver si llegamos a un acuerdo- dijo su Señoría -
¿No son dos cachorritos los que hay?
-Sí, señor Juez.
- Pues entonces uno para cada una y hemos terminado.
- ¡De eso ni hablar, los perritos son míos porque son hijos
de mi perra y antes de dárselos a ella los mato!
- ¿Ah, si? Pues ahora le vas a tener que dar los dos
cachorros y encima te pongo 100€ de multa porque has amenazado de muerte a los
cachorros y por hacerme perder a mí mi tiempo que es muy valioso.
Y entonces la dueña del perro, que era más sensata, dijo:
- Bueno, mira, tú me das a mí un cachorrito y yo pago la
mitad de la multa, ¿estamos?
Y el marido de ésta que era bastante cachondo dijo:
- ¡Pues claro! Y con ese dinero y otro poco que pongamos
bautizamos a los dos cachorritos porque habrá que ponerles nombre, ¿no?, y
también deberíamos casarlos para que no estén en pecado.
Estuvieron todos de acuerdo y decidieron celebrar la boda y
el bautizo, a la perrita la vistieron con un vestido muy bonito blanco de
novia, le pusieron una corona y al perrito le pusieron su frac... ¡Hicieron invitaciones
para la boda! Y el dueño del perro que era de verdad muy cachondo le mandó una invitación
al Juez, pensando claro está que éste ni la iba a leer, pero se equivocó,
porque el día y a la hora que ponía la invitación allí se presentó con su
esposa, sus hijos y sus cuatro perros, un pastor alemán, un labrador, un bóxer
y un dálmata.
Los cachorros eran tan pequeñines que le pusieron
"Garbancito” y “Colibrí", el evento fue tan gracioso y tan comentado
que salió en la prensa y en la televisión, y mientras los dueños y los
invitados tomaban copas y tapas y se divertían y reían, Chinorrín estaba muy
nervioso y ladraba con rabia porque con su hociquito retiraba el traje de la
novia, pero no podía hacer sus cositas porque a él le estorbaba el pantalón del
frac.
- Bueno - dijo el Juez- Tengo que dictar sentencia para el
horario y días de visitas, porque el papá tiene que ir a ver a sus hijos y a su
señora.
- ¡Es verdad! - Dijo Don Victoriano (el Doctor Don
Victoriano que era el dueño del perro):
- De eso no habíamos hablado, y vaya a ser que luego
tengamos tonterías, a ver señor Juez, ¿le parece bien que todos los domingos y
días de fiesta se reúnan las dos familias?
- Sí, señor, y también me parece bien que usted y su familia
vengan a acompañarlos.
Y de esta forma gracias a los perritos se hicieron todos tan
amigos que no solamente se reunían los domingos y días de fiesta, sino que
también iban todos juntos a veranear a la playa o a la sierra.
FIN
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