Ir al contenido principal

Aquel guapo militar era mi hijo


Aquel guapo militar era mi hijo
Estuvimos en relaciones desde niños. Éramos vecinos y fuimos muy amigos y después pues nos pusimos en relaciones, las familias contentísimas y todos nos queríamos mucho. Nos conocíamos perfectamente desde niños. Al fin decidimos casarnos y a los dos años de estar casados me quedé embarazada, contentísima, y al fin nació mi hijo.
Creía volverme loca cuando vi que me había nacido un negro. ¿Cómo era posible señor, como era posible, si mi marido y yo éramos blancos, que a mí me naciese aquel niño, que es que era negro completamente.
Me desesperaba ver que mi marido no le importaba, estaba contentísimo con su niño y no le importaba que fuera de color. Ni siquiera pensó en ninguna ocasión que yo pudiese haberlo engañado. Me decía:
- Pero si te conozco también como voy a pensar yo algo así?
- ¿Bueno entonces dime, como es posible que nos hay nacido este niño?          
En cambio mi suegra, me miraba con desprecio como si yo fuese la culpable de que hubiese nacido este niño de color. Pedí a mi madre que indagara todo lo que pudiese en nuestros antepasados para ver si había habido alguno de esta raza en nuestra familia. Y mi madre, pobre mía me dijo:
- Sabía que me ibas a pedir esto hija mía, y tanto tu padre como yo nos adelantemos. No hija, en nuestra familia no hubo jamás ninguna persona de color. Nosotros todos fuimos blancos.
También se lo propuse a mi suegra, y cómo se ofendió. Yo creo que le dieron ganas hasta de pegarme.
- ¡Cómo puedes ofenderme a mí de esta manera! Mi familia somos todos de la misma raza, nosotros no tenemos ninguna persona de color en ella.
Yo creí que con el tiempo lo superaría, pero no era así. Cada vez me sentía peor cuando miraba a mi hijo.
Fuimos un día a una boda de un primo de mi marido a Portugal. Y el tío de mi marido estaba casado con una cubana. Y la casa era una especie de palacio, los muebles eran regios y antiguos, cortinas de terciopelo, alfombras que te hundía en ellas andando. El dormitorio que a nosotros nos dieron, el que tenían para invitados, era como decía mi marido: parece como si vinieran aquí los reyes a dormir.
Mi marido se fue con su tío a visitar el nuevo barco que había comprado. Y Yo me quede en casa. Dije a la tía Natasha, voy a ir un momento a la iglesia.
Al entrar vi una imagen de San Antonio, hermosísima. Me hinqué de rodillas y creo que no le dije nada, solamente lo miraba y miraba llorando, porque tenía una pena tan grande, recordando a mi hijo, que no podía yo mirarlo como a un hijo. Lloré tanto que cuando salí me parecía que salía mejor, más relajada por lo menos.
Llegué a la casa y me dijo la tía Natasha. 
- Niña, te gustan las fotografías antiguas? Porque comprendo que te aburras, a ver yo tengo que estar pendiente de las comidas y del arreglo de la casa. Esta casa está grande que aunque tengo dos empleadas tengo que estar siempre pendientes de ellas.
- Uy, pues si, me gustan mucho las fotografías.
Pues mira ahí tienes un arcón lleno que tu tía me las tenía todas colgadas en las paredes. Y un día le dije “esto parece un cementerio con tantos difuntos en la pared” Así que los quité y los metí en el arcón, así que puedes entretenerte en verlos a todos.
Así lo hice, había mujeres bellísimas con unos trajes de época lindísimos. Había militares, un obispo había también en la familia, dos monjas y algún que otro cura también. Y de pronto allí apareció un marco costosísimo de plata con algunas piedras preciosas incrustradas y la fotografía de un negro. ¡Aquel negro tenía toda la cara de mi hijo! Lo cogí y fui en busca de la tía Natasha y le dije: ¿Quién es este hombre?
- Ah pues  tú no lo sabes?
- No.
- Ese es un antepasado de nuestra familia, de la de tu madre y la de tu tío, lo que pasa es que por lo visto, a todos los miembros de la familia, uno a uno, les han ido haciendo jurar que jamás hablaría de la existencia de este hombre.
- Entonces, mi marido lo sabe?
- Sí chica claro que lo saben lo saben todos.
- Bueno y a ti quien te lo ha contado?
Pues hija fuimos a hacer un viaje por tierras chilenas, queríamos ir a ver el apareamiento de las ballenas, que es muy famoso, mucha gente va a verlo. Íbamos por el pacifico una noche y mi marido bebió tanto vodka y tanto ron… y yo que sé lo que se metió en el cuerpo. Que se pasói después hablando y hablando toda la noche. Y me contó entonces todo lo que había pasado con aquella señora que traicionó a su marido con un negro. El marido quiso matarlo, y ella le dijo que si le quitaba la vida a ese esclavo, ella se mataría también. No se sabe si es porque la quería mucho, o porque como todos los bienes eran de ella, él no poseía nada, y estaba acostumbrado a vivir tan cómodamente con toda clase de comodidades, pues pensarían quizás también que si hacía lo que había pensado el se quedaría también fuera y lo pasaría mal. Total que, le dio la libertad al esclavo. Este hombre desapareció y jamás lo volvieron a ver por ningua parte. Pero ella tuvo un hijo, un hijo negro. Y aquel negrito pues ella lo crió, se marchó de Cuba, no quería seguir allí, porque todo el mundo conocía la historia, vendió todo y se fue a Portugal. Allí crió a su hijo y se criaron también todos los demás descendientes, que fueron muchos. Esa fotografía, es la del hijo de aquella señora que fue el que heredó todo aquel gran capital que ella tenía. Y lo fue transmitiendo a sus sucesores, a sus descendientes. No volvió a nacer ningún otro miembro de la familia de color, hasta ahora que ha nacido el tuyo.
- Vaya, me tuvo que tocar a mi, ¿verdad?
Estaba de pie mirando a través de los cristales sin ver, cuando se abrió la puerta del dormitorio y entró mi marido. Venía contentísimo porque cuánto le había gustado el nuevo barco que había comprado su tío, que era una maravilla. Pero como al volverme yo le miraría, que se quedó clavado en el suelo. Me dijo ¿Qué te pasa, cariño?
Cogí la fotografía y me puse ante él y le dije: ¿Por qué no me lo dijiste, porque me lo has ocultado tanto tiempo?
Vi que quería justificarse o explicarme algo, pero miré con mucho genio la fotografía y le dije.
- No quiero volver a verte más, ni a ti, ni a tu hijo.
 Salí corriendo, cogí la maleta que la tenía ya preparada y me fui. No volví a España, me fui a Alemania, donde vivía una hermana de mi madre, y ya no regresé nunca más a España ni siquiera cuando murió mi padre. Yo no podía pensar en aquella cosa tan fea como un hijo mío. Lo recordaba pues, no sé, como a un animal, más o menos.
Mi madre también se vino para Alemania, y tratábamos de olvidarnos de España, y casi lo conseguimos, así vivíamos bastante bien. Pasó mucho tiempo, y un día estaba viendo la televisión y salió un militar guapísimo, alto, delgado, qué bien le sentaba el uniforme. Le habían condecorado por no sé qué hazañas había hecho con la aviación, había salvado muchos miles de seres humanos y, bueno, entre ellos pues parece ser que había salvado la vida del presidente de los EEUU, sin importarle para ello exponer su vida. Entonces la condecoración que le daban era la más alta concedida a los militares, la cruz de San Hermenegildo.
No sé qué sentí cuando vi aquel nombre. Era el nombre de mi hijo. Y entonces fue cuando me fijé, en aquel anciano de pelo blanco que estaba sentado a su lado. Era mi marido. Pero no quedaba ni rastro de aquel mozo guapo y elegante con el que yo me casé. Yo estaba mucho mejor que él. No sentí nada. Para mí fue , pues como cuando veía a Alfredo Mayo o a alguno de estos actores que les sentaba tan bien el uniforme, y tanto me gustaban sus películas. No sentí nada más.
No sentí nada, al comprobar que era mi hijo. Pasaron muchos años y no recordaba cuantos. Su hijo, cuando lo vio en la televisión, era un guapo militar, negro, y seguía teniendo ese brillo en los ojos. Estaba más delgado. Los japoneses habían derribado su avión, y le habían hecho prisionero, aunque después se escapó con un avión de ellos, donde también se llevó mucha y valiosa información, pero lo hirieron gravemente. Lo había pasado muy mal, hasta el punto de que creyeron que no saldría adelante. Le habían ascendido y ya era teniente coronel. Las distinciones y condecoraciones en esta ocasión habían sido Estados Unidos y de España.
Un periodista le dijo “Mi teniente coronel, no le veo muy alegre. Es que aun no se encuentra bien de sus heridas?”
Y el contesto: “las heridas de mi cuerpo no me afectan mucho, señor. Son otra clase de heridas. Yo no conocía a mi madre. La verdad es que no la eché de menos, porque mi padre suplió muy bien a la madre que nunca conocí. El me crió, cuidó y educó y procuró estar siempre junto a mi.
Ahora ha muerto. Y no puedo vivir sin él. Aquel gran hombre, aquel héroe que era admirado en el mundo entero por su bravura, se echó a llorar. El periodista se le hizo un nudo en la garganta y no puedo seguir preguntándole. Entonces él, cogió aquellas medallas, las elevó al cielo y dijo “Por ellos, por mis padres, por los dos”.
Fue la primera vez que Aurelia se sintió su madre. Y sintió mucha pena, pero pena de ella. ¿Cómo había podido ser tan ciega, haber estado tan llena de odio, para haber rechazado a aquel hijo?
Su primer impulso fue irse en busca de él. Pero no tuvo valor. Si su padre le habría hecho creer que ella estaba muerta, ¿no le haría mucho daño el presentarse ahora ante él, y que conociera la verdadera historia?
Apagó la televisión, y prometió que a partir de entonces, no volvería a ver, oír ni leer, ningún medio de comunicación.
Su madre y su tía también habían muerto, y ella se encontraba muy sola. Un día, vio en un escaparate anunciado una excursión a Padua. Y sin pensarlo, entró y se compró su billete y lo preparó todo y se unió a los que fueran a aquella excursión.
Los llevaron en seguida a las islas de San Antonio de Padua. Al entrar, fue a tomar agua bendita, y una mano grande, de hombre, le ofreció el agua. Se fijó y era la mano de un negro. 
Lo miró y era un militar. Era tan alto y siguió mirando hacia arriba… y al llegar a su cara vio que era su hijo. Y ya no se pudo contener. Le dijo “¡Hijo mío!”
Pero él mirándola le dijo “¿Señora?” la saludó inclinando la cabeza y se marchó. Ella salió decidida detrás de él, pero no podía alcanzarlo. Entonces a un chico joven le dijo “Por favor chico, por favor, ve y dile a aquel militar que se pare, que quiero hablar con él”. Se volvió este hombre y vio que era la señora de la Iglesia, y le dijo “¿Qué quiere, señora?”
“Venga hijo mío por favor, venga aquí conmigo, sentémonos en el banco de este parque, para que podamos hablar tranquilamente”.
“Señora, lo siento mucho pero tengo mucha prisa”
“Por favor, concédame unos minutos”.
Se sentaron, y ya le cogió la mano, y mirándole a los ojos le dijo: “Hijo mío, soy tu madre”
Llorando amargamente, le relató todo lo que había sucedido. Él no la podía creer, pero entonces ella sacó de su bolso una fotografía de ella el día que se casó con su padre. Entonces él la abrazó y le dijo “Mamá, a partir de ahora, nunca nos separaremos”
La llevó a vivir con él, y Aurelia los años de vida que le quedaron, los dedicó todos a cuidar de su hijo y a darle todo aquel amor que le había negado desde niño. Y en más de una ocasión pensó, que nunc aun juramento debe servir para hacer tanto daño como hizo en esta ocasión.
En Lisboa, donde nació San Antonio de Padua, sucedió aquello que ella llamó la gran traición que había echo su marido, y después en Padua, se encontró con su hijo. Ella pensó que todo había sido obra de San Antonio Bendito, y recordó la oración que había en aquella estampita que siempre estuvo en el misal de su madre, que decía, “San Antonio Bendito, que en Lisboa naciste, en Padua aprendiste a predicar. Estabas un día predicando y un ángel te anunció que iban a matar a tu padre. Saliste, el rosario perdiste, y elevando la voz al cielo tres voces diste, pidiendo a Dios que lo perdido fuese encontrado, lo olvidado recordado, y lo alejado acercado”
Siempre se habló mucho del amor de las madres, pero qué decir del amor de este hijo, que fue despreciado, abandonado desde su nacimiento, y ahora a todos los grandes eventos a que acudía, la llevaba muy orgulloso de su brazo. Cuando la presentaba a algunos compañeros y amigos, la miraban extrañados, y él con mucho amor decía “Pero por que nos miráis así? Acaso es que yo no tengo un gran parecido con mi madre?"

Comentarios

Entradas populares de este blog

Castillo de Locubín

El Amor Verdadero

¡Qué gozada no tener que levantarme a las seis de la mañana como todo el año! M i trabajo lo tengo muy distante, pero ahora tengo un mes de va ca ciones y algunos descansos que la empresa me debía. Estaba lloviendo, ¡y c ó mo gusta el tintineo de la lluvia en los cristales estando calentita en la cama! Me quedé de nuevo dormida, y justo a las ocho y media de la mañana me despert aron unos golpecitos en el cristal de mi ventana, casi me asusté porque yo vivo en un sexto, y entonces vi que a l otro lado había una preciosa golondrina, era ella la quedaba golpecitos con su piquito . M e levanté creyendo que al abrir la ventana se marcharía, pero no fu e así, ella se posó en mi mano, entonces pensé "pobrecita , debe de tener frío", porque estaba empapada . La empecé a acariciar y así la tuve un buen rato, sus plumas eran muy suaves, no sé si las golondrinas lloran pera ella tenía sus ojos llenos de lágrimas, de momento empezó a piar y piar, abrió sus alas y se marc...