La calle Campanas es famosa porque cuando hace viento es casi imposible pasear por alli, pues sopla fortísimo. Cierto día salió un sacerdote de la atedral con su sotana y, cómo llovía mucho, con su paraguas. La sotana se le infló como si fuera un globo y el paraguas era tirado por el viento, aferrándose el sacerdote a él cómo podía. Dª Carmen García, una maestra jubilada, le decía: "Padre, suelte el paraguas, ¡por favor suéltelo!", pero el cura no quería soltar su paraguas, hasta que no resistió más y el aire lo destrozó. Y era... era de opereta ver al cura mirando cómo había quedado su paraguas.
Los taxistas de la plaza San Francisco, mientras tanto, estaban todos muertos de risa mirando a la mujer... y a uno de ellos le dio pena de la señora, se acercó a ella y le dijo: "Señora, por favor...". La pobre señora, no sé que es lo que se pensaba, decía:
- "No me toque, no me toque, no se acerque a mí...".
- "Señora, que yo lo que quiero es que se cubra usted, que le está enseñando el culo y las piernas a todo el mundo" - porque tambien el aire le había destrozado la falda. La pobre mujer entonces salió corriendo y se metió en el taxi pidiendo que la llevara a su casa.
El taxista la llevó y cuando regresó la que apareció por allí fue una monja. También se atrevió a pasar por la calle Campanas, también el hábito se le infló y aunque ésta soltó el paraguas antes que el cura, también su toca se fue volando. A la pobre mujer la tiró el aire al suelo, la puso toda mojada, toda llena de barro, tanto que daba pena verla.
Y el mismo taxista, que era buena persona, también le dijo:
- Hermana, venga, suba a mi taxi
- No tengo para pagarle
- Bueno - le dijo el taxista - ya me pagará en oraciones para pedir por mi alma, para que cuando muera que me guarde un buen sitio en el cielo.
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