Desde Poniente a Levante en lo que baña la luna no se encuentra una semilla más ridícula y más mala que las mujeres, señores, hablo con razón sobrada.
Son conjunto de envidia, soberbias, desesperadas, amigas de que las quieran y de estar muy bien preciadas. Para estar bien con ellas no hay cosa como elogiarlas, decirlas: “Señora mía, Dios colmó a usted de gracia, los ojos que usted disfruta valen más que toda España”; se desanchan y se ponen como una esponja mojada y muchas otras cosas.
“Óigame usted caballero, ha vaciado usted ya el discurso? Pues sepa el señor pelapavas que el que ustedes nos celebren no nos hace maldita falta. Que nos quieran, mucho menos y si muy en hora mala estuviesen todos los hombres más allá de Tocatalpa, muy tranquilas las mujeres viviríamos descuidadas de que ningún pelaperros con nosotras se casara. Mientras el muy galopín lo poco que gana, gasta en borracheras y comilonas.”
“¿Y gastan algo vuestro?”
“Lo suyo y lo nuestro gastan, porque el hombre está obligado desde el día en que se casa a mantener a la mujer”
“Y la mujer, ¿no se obliga con el hombre para nada?”
“Pues sí se obliga, a guisarle, a lavarle, a plancharle y a tener la casa ordenada y aseada”
“Maldita sea vuestra estampa, ¿alguna mujer hay que sea aseada? Una casada vi yo cortando una calabaza, en esto que un chico se le caga, acude a limpiar al chico, que le bosaba la braga y después, sin lavarse las manos, siguió cortando la expresada vitualla. Cuando delante de mí hizo una acción tan marrana, hagámonos cuenta a solas lo que haría la fulana. Pues que digo del albañil que se levanta por la mañana, coge el cesto y va a la plaza y ella … ella queda acurrucada. Cuando vuelve le dice “¿Hace frío?”, y él responde con cachaza “¡Caramba, que corre un pícaro cierzo que se hielan las palabras” “Ay pues cierra, cierra mientras me visto, que entra la muerte pelada”.
Se va el pobre a trabajar, y ella sigue acostada. Se levanta tarde, a carrera barre y friega, a carrera saca agua. Mientras viste a los chiquillos, son las doce y media dadas, y en esto llega el marido y se halla la carne chorreando sangre, los garbanzos como balas, y la muy pícara le dice:
“Tú no sabes comprar nada, unos garbanzos más duros no se encuentran en la plaza y esta carne maldecida seguro será de cabra. Toda la mañana hirviendo y no he conseguido ablandarla”
El pobre piensa que es cierto y responde con cachaza: “No te preocupes, mujer, para una vez que ha de servir, de cualquier manera pasa”.
¡Qué lástima de garrote, para rompérselo en las espaldas!
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