Ir al contenido principal

EL BURRITO DE LA NORIA

Estampaito era un burro jovencito que había nacido precioso. Su piel era de un gris oscuro, pero tenía muchas manchas blancas, por eso el amo le puso Estampaito. Era el burrito más feliz del mundo porque estaba todo el día en el prado con su madre, que además de amamantarlo le iba enseñando a comer los brotes de hierbas que a él tanto le gustaban, sobre todo por las mañanas cuando estaban tan fresquitas. Retozaba, jugaba y se criaba muy lindo.

Su única pena era cuando veía como Eustaquio, el amo, pegaba a su madre con aquella vara. Y mucho más que a su madre, al burro de la noria, que su mamá le había dicho que era su padre, a éste sí que lo maltrataba.

Este hombre no era feliz en su matrimonio y cada vez que tenía una discusión con su esposa la pagaba con el pobre animal. No le daba de comer nada más que por la mañana un poco de paja y un puñado de cebada y por la noche igual. Bebía agua dos veces al día y al pobre burro se le caía cada lágrima porque se moría de sed… y decía:

-           ¿Cómo es posible que, sacando yo tanta agua, no la pueda beber?

¡Qué día más triste fue para él aquel día que el amo trajo aquel caballo negro, viejo, feo... para cubrir a su madre! Creyó que se moría porque todo sucedió en presencia de él.

A partir de entonces ya casi perdió su alegría, aunque la madre trataba de seguir siendo muy cariñosa con él. Y pasados diez meses nació un mulito precioso, que era lo que el amo quería. Eso es lo que suele nacer de una burra y un caballo, pero él decía que era feo y negro como su padre. Y la madre le decía:

-          No, Estampaito, no hables así de él, es tu hermanito.

-          Bueno, aunque sea mi hermano, es tan feo como su padre.

Un día el amo encontró a su esposa en casa con otro hombre y le dio tal paliza al pobre animal, que le rompió una pata. Y entonces dijo:

- Ya no me sirves para nada - cogió su escopeta de caza y le pegó dos tiros.

Su esposa le dijo:

- Eres un asesino y un cobarde, no has sido capaz de enfrentarte al hombre que estaba conmigo y has matado al pobre animal.

- Lo he matado, ingrata, por no matarte a ti, porque te quiero tanto....

Y entonces qué pena, fue a Estampaito al que enganchó en la noria… Éste no podía soportar aquel trabajo y estar separado de su madre. Todo el día dando vueltas a la noria, oyendo el ruido del agua y muerto de sed. Le daba de comer igual que hacía con su padre, paja y un puñado de cebada por la mañana y por la noche, y todo el día muerto de hambre y de sed.

Empezó a darle vueltas a la cabeza, pensaba y pensaba... porque los burritos también piensan. Hay quien cree que no, pero vaya si piensan… Y entonces formó un plan. Y aunque sabía que iba a hacer daño a su madre y él iba a sufrir mucho también por alejarse de ella, pensó que seguiría adelante.

A la mañana siguiente, cuando fue este hombre a por el burrito para llevarlo a la noria, le dio de comer y agua como todos los días y se fue para la noria con él. El camino para llegar a la noria bordeaba el río y en un recodo que hacía donde el agua estaba arremolinada y era peligrosa, Estampaito se volvió y le dio una coz tan fuerte al amo que lo lanzó al río. Éste daba unos gritos espantosos, pidiendo auxilio porque decía que no sabía nadar. Y entonces Estampaito aprovechó para salir galopando todo lo que sus patas le permitían, y así estuvo todo el día sin parar, hasta que ya muy lejos de la noria encontró un sitio que a él le pareció privilegiado. Estaba al otro lado del río, lo cruzó en una alameda muy espesa y pensó: “Aquí es muy difícil que me encuentre el amo”.

Fue y comió algo de hierba que había por allí cerca en un prado. Se acostó a la sombra, estaba rendido. Estuvo durmiendo todo el día y toda la noche, hasta al día siguiente que una mosca no paraba de molestarlo. Pero dijo... “te vas a enterar”, y le atizó con el rabo y se la cargó. Pero a él ya lo había despertado. Se levantó y se dio un baño en el río, se hartó de beber agua y después se fue a comer hierba allí en el prado. ¡Qué brotes tan tiernos y tan ricos! ¡Viva la libertad! – pensaba.

Pero se acordó de su madre. ¡Cómo estaría sufriendo la pobre mamá al acordarse de él y pensando que a lo mejor ya no lo volvería a ver nunca más! Empezó a llorar, porque los burritos también lloran. Y de pronto oyó una voz que le decía:

- ¿Qué te pasa, burrito? ¿Por qué estás tan triste? ¿Por qué lloras?

Y en una rama de un álamo vio que había un loro.

-      Lorito, ¿tú qué haces ahí?

-          Yo también estoy muy triste. ¿Tú que has venido, huyendo?

-          Sí.

-          Yo también, ¿quieres que te cuente lo que me ha pasado?

-          Ven, baja y cuéntamelo.

-       Mira, estaba en una casa con una señora que era estupenda, Doña Paquita. Me quería muchísimo, me mimaba. Porque yo le cantaba, le contaba cosas y la distraía. Pero un día se me ocurrió decirle: "Mamá, como no tengas cuidado va a llegar un día en que la asistenta no te va a dejar ni una tajada, porque se come la mitad".

Brígida, que era mala, mala, mala, me lo tuvo en cuenta, y un día que la señora se marchó, me dijo... “te voy a matar, por chivato”. Y cuchillo en mano abrió la jaula para cortarme la cabeza. Pero yo fui más listo que ella y salí dándole un picotazo en un ojo. Le hice tanto daño y le hice tanta sangre que se fue corriendo a curarse. Y yo aproveché para escaparme. Empecé a volar y volar y no paré hasta llegar aquí a esta alameda, y aquí me encuentro. Pero yo tengo mucho miedo, soy muy miedoso y esta noche oía ruidos por todas partes. Creía que venía a hacerme daño.

-          Pues lo contrario que a mí. No me da miedo nada, así que tú no te preocupes. Quédate conmigo y verás que bien lo vamos a pasar los dos. Vamos a formar la pareja ideal.

Y Pocholo, que así se llamaba el loro, durmió aquella noche acurrucado con Estampaito. Al día siguiente se despertó, pero Estampaito seguía muy dormido. Entonces se dijo, “voy a inspeccionar por aquí”. Empezó a volar y volar... y cuando se dio cuenta, se había alejado tanto que no sabía volver.

-          ¿Y ahora qué hago? – pensó – Bueno, pues voy a avisarle a mi amigo cantando… Ay ,Estampaito amigo mío, ven a buscarme que me he perdido y no sé volver, ven a buscarme Estampaito…

Efectivamente, el burrito empezó a andar y andar guiándose por el canto del loro, hasta que lo encontró.

Ya juntos, subido sobre el burrito, el loro iba cantando y en un momento dijo:

-          ¿Qué es aquello que hay allí a la orilla del río? Si parece un burrito…

Y hacia allí encaminaron sus pasos. Y al llegar, ¡qué pena, la que había allí medio muerta era su madre! Enseguida ésta, al oírlo, abrió los ojos y lo miró.

-          ¿Qué te ha pasado mamá, por qué estás aquí?

-          Hijo, después de escaparte tú, el amo se enfadó tanto que a la que le pegó fuerte fue a mí. Y me rompió una pata, diciéndome... “Anda burra asquerosa, que ya no me sirves para nada”. Y me tiró al río. Ya no quería vivir, sin ti y con las patas rotas, dejé que el agua me llevara donde quisiera y aquí estoy.

-          Ay mamá, ha sido un milagro lo que te ha traído aquí. 

-     ¡Es el Señor el que te ha traído!

-          ¿Qué Señor? Los burros no tenemos Señor.

-          Mira que eres animal, con razón os dicen burros, el Señor es el Dios de todos. De los animales, de las personas y de todo el mundo. También de los burros. Entérate bien, burrito, que todo esto me lo explicaba muy bien doña Paquita. Y él ha sido el que la ha traído aquí con nosotros.

Entre los dos la intentaron ponerla de pie, pero le dolía mucho el cuerpo…

-          Bueno, pues nada, aquí nos quedamos hasta que te pongas bien.

El loro, que era muy sabio, empezó a darle remedios y ponerle las patas en su sitio. Poco después, aunque cojeando, se llevaron a la burrita a aquel sitio tan maravilloso que su hijo había encontrado.

La mamá lloraba muy a menudo recordando a su mulito y decía:

-     Seguro que ahora es él a quien ha enganchado el amo a la noria. Y con lo tierno que es, lo poco que va a durar…

Pero el loro le decía:

- Mami, tienes que olvidarte, porque ya no puedes hacer nada. Y nosotros no podemos ir allí porque si Eustaquio nos coge, nos mata a los tres. Así que ya hay que olvidarse.

Allí vivieron varios años los tres juntitos muy felices. El loro les contaba cosas de las que le había enseñado Paquita y Estampaito lo enseñó a él a rebuznar y el loro a él a cantar.

Un día estaba la madre adormilada y oía nada más que rebuznos. Y dijo:

-     Ay Estampaito, por favor, ¿quieres dejar de rebuznar? Que estoy cansada y no me dejas dormir, no me dejas descansar…

El loro riendo dijo:

-          No, mamá, no es él, no es Estampaito. Soy yo, el lorito.

Los tres rieron llenos de felicidad, y así siguieron muchos años. Pero un día se alejaron un poco y comieron unas raíces que poco después les dio un sueño muy grande. Se quedaron profundamente dormidos los tres. En sus sueños vieron que bajaba del cielo una manada de loritos y burritos que, acompañados por unos ángeles que tenían alas como el loro, los cogieron y los subieron volando y volando hasta llegar al cielo.

Y al llegar al cielo, allí estaba el Señor montado en un burrito, que al verlos los acarició a los tres. Y se encontraron allí tan a gusto, que le pidieron al Señor que les permitiera quedarse allí para siempre, porque ellos ya no querían volver.

Y un ángel les dijo que lo siguieran, les indicó que se asomaran a una especie de ventanal muy grande. Al mirar para abajo vieron que el que estaba enganchado a la noria era Eustaquio, y el Demonio le atizaba con un látigo. Y con el tenedor, de vez en cuando, le pinchaba.

Y entonces, al loro, con esa oportunidad que tienen los pájaros, se le descompuso la barriga y lo que soltó... ¡A ver si sabéis a quien le cayó en la cara!

Todos contestaron:

-          ¡A Eustaquio!

Pues no, le cayó al demonio… Porque al Señor no le gusta que se martirice a nadie, aunque haya sido muy muy malo…

FIN

Comentarios

Entradas populares de este blog

Castillo de Locubín

El Amor Verdadero

¡Qué gozada no tener que levantarme a las seis de la mañana como todo el año! M i trabajo lo tengo muy distante, pero ahora tengo un mes de va ca ciones y algunos descansos que la empresa me debía. Estaba lloviendo, ¡y c ó mo gusta el tintineo de la lluvia en los cristales estando calentita en la cama! Me quedé de nuevo dormida, y justo a las ocho y media de la mañana me despert aron unos golpecitos en el cristal de mi ventana, casi me asusté porque yo vivo en un sexto, y entonces vi que a l otro lado había una preciosa golondrina, era ella la quedaba golpecitos con su piquito . M e levanté creyendo que al abrir la ventana se marcharía, pero no fu e así, ella se posó en mi mano, entonces pensé "pobrecita , debe de tener frío", porque estaba empapada . La empecé a acariciar y así la tuve un buen rato, sus plumas eran muy suaves, no sé si las golondrinas lloran pera ella tenía sus ojos llenos de lágrimas, de momento empezó a piar y piar, abrió sus alas y se marc...