EL CERDITO DE LA
SUERTE
“La guapa” era, de todas
las hembras de la granja, la preferida del granjero; tenía la
mejor jaula, el mejor comedero, la mejor pileta de agua... Las otras
hembras la envidiaban y la odiaban porque también era la preferida del
semental, ésta tenía los cerditos más grandes y más hermosos de todas las
camadas, y las otras hembras decían:
- Claro, ¡cómo no! ¡Si es la
favorita del semental!
Pero en la última
camada... ¡Cómo disfrutaron las otras! ¡Le nació un cerdito
negro!
- ¡Que vergüenza! –
decían - Nacerle un
hijo negro de una madre tan blanca.
Los hermanos del cerdito
le mordían, no lo dejaban acercarse a la madre, y el pobre cerdito que era el
guarín allí se quedaba escondidito. La madre
procuraba reservarse la leche para cuando los otros se retiraban y él iba a
tomar su ración, que tanto la necesitaba.
Un día vino un
granjero americano a ver la granja y cuando vio al cerdito
dijo:
- ¿Cómo lo has
conseguido? Yo he hecho todo lo inevitable, he hecho cruces, he
cambiado de semental y nada, nunca he conseguido tener un cerdito negro.
Le ofreció mucho
dinero por él, y como el granjero era muy ambicioso, enseguida le vendió a “la guapa” que era la
madre y al cerdito negro.
El americano, que además
de ser granjero era un gran empresario, se fue a todas
las ferias de ganado de España y acudía a todos los concursos, y todos los
premios el cerdito y su madre los ganaban, con lo cual la cuenta corriente del
americano subía que daba gloria.
En muy poco tiempo
había conseguido ganar mucho más de lo que había pagado por ellos, y entonces
pensó:
- Esto puede
ser un gran negocio.
Encargó figuras de
cerámica, madera, porcelana y bronce a la semejanza del cerdito, "el cerdito
de la suerte", y se las quitaban de las manos. Enseguida
patentó el producto con patente americana, y además de hacer este producto
fabricó unas huchas preciosas y unos llaveros en plata y oro, llaveros,
pulseras, colgantes... ¡Y aquéllo se vendía como
rosquillas!
Volvió el granjero
a América con su cerdito y su madre, y allí siguió el negocio triunfando. Todo el
mundo quería tener un cerdito en casa, y en muy poco tiempo el granjero se hizo
millonario.
El cerdito andaba
suelto por el pueblo del granjero, era un juguete para los chiquillos, en todas las
casas entraba, y todos le daban algo de comer.
El granjero español
se daba golpes en la cabeza y se decía:
- ¡Imbécil de mi! Tuve la
suerte en las manos y no supe aprovecharla.
Pienso, amigos míos, que
todos debíamos aprender de esta fábula. Algunos
tenemos la suerte en nuestras manos y, como el granjero, no sabemos
aprovecharla porque nos fijamos más en cosas sin importancia. ¡Qué importa la
raza y el color, si la verdadera belleza no está por fuera, la llevamos en el alma! Y además
todos amarillos, negros, blancos o de cualquier otro color, todos somos hijos de Dios.
FIN
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