Ir al contenido principal

AQUELLA YEGUA BLANCA

Hasta las piedras del camino chocaban unas con otras, al ver que ya no volverían a oír aquel sonido de aquellas herraduras al pisar sobre ellas.

Don Estanislao, un comandante y aviador de unas líneas aéreas, había comprado aquel cortijo andaluz porque su esposa tenía una salud muy débil y quiso traerla a Andalucía para ver si así se reponía.

Y así fue, se sintió tan bien en aquella casa tan alegre que al mismo tiempo disfrutaba de tanta paz y tranquilidad que hasta se quedó embarazada. Transcurrieron los meses del embarazo muy feliz y tranquila, el comandante venía a verla cada vez que podía escaparse y cuando llegó la fecha del parto, unos días antes, la montó en su avión particular y se la llevó a Inglaterra, porque quería que allí naciera su primer hijo. 

Doña Alfonsina lo pasó muy mal y ahora sí... ahora sí que cayó enferma y murió varios meses después dejando a una niñita muy pequeña, Anabel. La trajo el padre al cortijo con una nanny inglesa, una mujer bellísima que la crió como si hija suya fuera.

Don Estanislao y su esposa eran de piel muy blanca, rubios de ojos azules, y les había nacido una niña a la que por respeto a Don Estanislao solo llamaban "morena".

Y la niña creció y se convirtió en una joven muy bella, era muy aplicada y empezó a dominar todas las artes: pintaba con maestría, tocaba el arpa y el piano y cantaba como los ángeles, también hacía calceta y le hacía a su papá unos jerséis como a él tanto le gustaban. Su padre venía muy a menudo a verla, la mimaba la traía muchos regalos, la consentía...Y un día, ¡un día le trajo una yegua! Era una yegua blanca, con una crin y una cola negra muy negra. Y Anabel, que ya sabía montar, salía todos los días a dar largos paseos a la grupa de aquella magnífica yegua. 

Todos los vecinos colindantes la querían, la admiraban y la respetaban, la saludaban con cariño cuando la veían pasar algunas veces trotando y otras galopando a la grupa de su yegua, aquella yegua blanca con la crin y la cola negra, muy negra.

Gilberto, un solterón feo, mal encarado, huraño...se enamoró de la niña y se juró a sí mismo que tenía que hacerla suya y casarse con ella. Un día que regresaba Anabel de la romería a la que había asistido se puso en medio del camino y dijo:

- Anabel, baja de la yegua.
- ¡Qué dices, por qué me voy a bajar de la yegua!
- Porque tengo que hablar contigo.
- Pues será otro día, amigo, porque hoy vengo muy cansada, vengo de la romería.

Gilberto es un macho, y a los machos lo tienen que obedecer siempre las hembras. Se acercó y le dio un fuerte tirón del brazo y la bajó de la yegua:

- ¡No me gustan tus modales y no te los voy a permitir por muy vecino que seas! Pero dime, ¿qué es eso tan importante que tienes que decirme que no puede esperar?
- Quiero casarme contigo.
- No sabes lo que dices, hay muchos que también lo quieren, pero bueno, habla con papá.
- No tengo que hablar con nadie, tú vas a venir conmigo ahora mismo.

La yegua, aquella yegua blanca de crin y cola negra muy negra, le dio una coz tan fuerte, que lo echó a rodar por el camino y cayó al río, momento que aprovechó Anabel para montar en su grupa y marchar ligeramente a su casa. Entonces, muy dolido, Gilberto dijo:

- Os voy a matar a ti y a tu yegua.

Pero pasaban los días y Anabel no salía con la yegua, entonces él decía:

- Yo como el perro con el hueso, "tu estarás duro, pero yo no tengo prisa", y yo tampoco la tengo.

Al fin un día vio venir por el camino a Anabel con su yegua, seguida de un potrillo que le había nacido, apuntó con su escopeta para matar a la niña y matar a la yegua, pero resbaló en una piedra y a la que mató fue a la yegua. Cayó Anabel al suelo abrazada a su yegua, y el potrillo, pobrecillo, se arrimó a su madre para mamarle en las tetas.

Sultán, aquel perro pastor alemán que también le había traído su padre a Anabel, que más que correr volaba para ir a defenderla, se lanzó sobre el malvado cuando la iba a disparar a ella. Se oyeron dos tiros, cuando se dispararon uno mató al potrillo, pero el otro fue a él a quién mató...

Don Estanislao vino enseguida al cortijo para estar al lado de su hija, ésta no tenía consuelo acordándose de su yegua, aquella yegua blanca con la crin y la cola negra muy negra, y su padre para consolarla le trajo una yegua jerezana, también blanca y con la cola y la crin negra muy negra. Pero Anabel ya no quería salir sola, tenía un miedo atroz, su padre la acompañaba, pero ella ya no era feliz.

Un día la montó su padre en su avión y la llevó a Inglaterra, al lado de aquella azafata, aquella azafata negra, que era bellísima como Anabel y que durante tantos años había sido la amante del Comandante, ¡era la madre de Anabel!

Al morir Doña Alfonsina y con ella la niña que a luz diera, Don Estanislao le pidió a Honorata, "Nora" como él la llamaba, aquella azafata negra, que le dejara criar a él a aquella hija que tuvieron los dos. Ella aceptó, pero ahora se descubría el misterio de por qué a pesar de ser Don Estanislao y su esposa tan blancos, habían tenido a aquella hija tan morena.

Anabel era tan feliz al lado de su padre y de su madre negra, que prometió que jamás se alejaría de ninguno de los dos, así vivía feliz y tranquila en Inglaterra, con ellos y con su yegua, aquella yegua que su padre le regalara al morir la primitiva yegua.

Iban todas las semanas al cementerio a llevarle flores a Alfonsina y a rezarle un Padrenuestro y al terminar Don Estanislao decía:

- Descansa en paz Alfonsina, como mereces por haber sido tan buena.

FIN


Comentarios

Entradas populares de este blog

El Amor Verdadero

¡Qué gozada no tener que levantarme a las seis de la mañana como todo el año! M i trabajo lo tengo muy distante, pero ahora tengo un mes de va ca ciones y algunos descansos que la empresa me debía. Estaba lloviendo, ¡y c ó mo gusta el tintineo de la lluvia en los cristales estando calentita en la cama! Me quedé de nuevo dormida, y justo a las ocho y media de la mañana me despert aron unos golpecitos en el cristal de mi ventana, casi me asusté porque yo vivo en un sexto, y entonces vi que a l otro lado había una preciosa golondrina, era ella la quedaba golpecitos con su piquito . M e levanté creyendo que al abrir la ventana se marcharía, pero no fu e así, ella se posó en mi mano, entonces pensé "pobrecita , debe de tener frío", porque estaba empapada . La empecé a acariciar y así la tuve un buen rato, sus plumas eran muy suaves, no sé si las golondrinas lloran pera ella tenía sus ojos llenos de lágrimas, de momento empezó a piar y piar, abrió sus alas y se marc...
EL GUARDIAN DEL FARO El guardián del faro era un hombre muy triste. No hablaba con nadie; cuando todas las semanas iba al pueblo a comprar todo lo necesario, no sonreía, todo el mundo pensaba "¿Qué le habrá pasado a este hombre para estar tan triste?". Se había casado con aquella niña que tanto quiso, fue su novia de toda la vida... Llevaban tan solo dos años casados cuando ella se fugó con un marino y lo dejó con aquella niña tan pequeña. Fue tan grande su humillación y su decepción que pensó en quitarse la vida, pero cuando aquella niñita que ya había aprendido a decir papá con solo un añito le echaba los bracitos y le tocaba la cara, pensó: "Que sería de mi niña si yo le faltara". Y se dedicó a ella por completo, la crió con toda clase de mimos y atenciones; cuando la niña empezó a crecer, como era un manitas, le hacía muchos juguetes de madera y muñecas de trapo y le contaba muchos cuentos. Cuando la niña fue un poco mayor también la llevaba todas las s...