LA
LUCIÉRNAGA
Don Pedro fue el
abuelo, el Señor Pedro el padre, Pedrito el hijo y el nieto Periquín.
Este último era un
niño muy pulcro, se lavaba las manos constantemente, le gustaba mucho su aseo
personal y por ello la madre estaba encantada. Por las noches, cuando terminaba su cena se iba
enseguida al cuarto de baño, se lavaba sus dientes, su cara, sus ojos, se lavaba
muy bien sus manos, se ponía su pijama y salía:
- ¡Mamá, yaaaa!
Entonces iba la
madre, lo acostaba, lo arropaba y rezaba todas las noches un Padre Nuestro con
él, el Jesusito de mi vida y el Ángel de mi Guarda. Entonces el niño hacía
como si tuviera mucho sueño, la madre le apagaba la luz y se marchaba.
Enseguida él se
volvía a levantar, corría las cortinas, subía las persianas y abría totalmente la
ventana, porque le gustaba mucho contemplar las estrellas desde su cama. Entonces dejaba volar su imaginación...Veía una carroza toda hecha con
estrellas, y tirada con dos caballos blancos que tenían alas, en esta carroza
iba su papá y con la mano le decía adiós y le tiraba besos. ¡Y qué feliz se dormía de ver a su papi en el cielo!
Al día siguiente, cuando la madre iba a levantarlo para llevarlo al colegio, decía:
- ¡Madre, será
posible que esté yo tan despistada que me marchara anoche de la habitación sin
cerrarle la ventana a mi hijo ni bajarle las persianas! ¡Ay señor, para que pase
el chiquito frío!.
Y Periquín se
decía: "Tengo que tener mas cuidado porque me va a pillar mamá..."
En una noche muy
oscura, sin luna ni estrellas y además nublada, fue
cuando se dio cuenta que en la ventana de Doña Petrusca había una luz muy
fuerte que apuntaba hacia él y pensó: "¿Qué hará Doña Petrusca a éstas
horas? Seguro que está escudriñando a ver que es lo que puede averiguar que
haya aquí en mi habitación, es una cotilla como dice mi mamá".
Cerró la ventana,
bajó la persiana, corrió las persianas, y se acostó malhumorado.
Pero esto siguió
pasando varias noches y un día dijo:
- Parece ser que no
es Doña Petrusca...
¡Madre mía!, era la noche de los Santos, y
entonces dijo (con mucho miedo por cierto):
- ¿Será un espíritu
que ha bajado y esta ahí acechando para hacerme daño? Pues te vas a enterar,
porque a lo mejor eres la muerte y tendrás tu guadaña, pero yo tengo mi pistola
y mi espada, hoy ya no voy a poder atraparte porque está muy avanzada la noche,
¡pero mañana!...¡Ya verás mañana!
Y aquella noche
soñó que, efectivamente, era la muerte la que estaba frente a su ventana, con
una capucha negra y su guadaña, y como a todos los niños les sucede, no tienen
apenas miedo ni se dan cuenta del peligro, se puso su cinturón con su espada y
su pistola, y dijo:
-¡Allá voy!
Y se fue a cruzar
de la ventana de su casa a la de la vecina.
Pero no era
solamente Pedrín el que estaba intentando averiguar de donde venía aquella luz,
también Doña Petrusca lo estaba, cogió el mazo de la cocina y se fue para el
lavadero, y allí estaba cuando saltó el niño y le dijo:
- ¡Ah granuja! Con
que eres tú el que viene a trastear en mi terraza.
Y fue a darle con
el mazo y el niño le dijo:
- No, por favor Doña
Petrusca, que yo le explico lo que ha pasado.
Y entonces le contó
lo de la luz, y le dijo que había creído ver allí una especie de bruja
o la muerte y ella le dijo:
- Pues eso es lo
que me pasa a mí, hijo...
Y entre los dos
buscaron y rebuscaron por toda la terraza, pero allí ya no había nada, y
entonces Periquín se dio cuenta y le dijo:
- ¡Ay, Doña Petrusca,
que no me he traído las llaves de mi casa! Y al venir para acá he pasado mucho
miedo y no puedo volver igual que he venido, pero ahora si llamo a casa mi
mamá...
- No te preocupes
hijo, tu mamá tiene unas llaves de mi casa, ahora yo voy y le digo que he
salido, que se me han olvidado las llaves, se me ha quedado la puerta cerrada y
mientras tu madre entra por la llave tú te pasas.
¡Qué susto se
llevó Doña Manolita al oír el timbre a aquellas horas de la noche! Abrió
corriendo y al ver que era la vecina le dijo:
- ¡Pero se puede
saber qué le pasa!
- Pues hija, que he
salido a tirar la basura y no me he dado cuenta, he cerrado la puerta y se me
han quedado las llaves dentro, y como tú tienes una...
- ¡Y a usted le
parece bien venir a éstas horas de la noche! Además ¿a estas horas saca usted
la basura?
- Pues sí, porque había despojos de pescados y mariscos y olía toda la casa, y además a mi
me daba vergüenza de que mañana el Conserje viera que olía tanto mi basura al
sacarla, y como duermo poco pues me desperté y dije, ¡ahora mismo!
- Bueno, bueno, voy
a darle las llaves de su casa...
Fue a cogerlas y en ese momento Periquín se escabulló, se fue corriendo y se metió en su habitación.
Pasados un par de días, y todavía sin haber resuelto el misterio, Doña Petrusca dijo:
- Tengo demasiadas
macetas ya aquí en el lavadero, voy a llevarme unas cuantas a la terraza...
Y entre ellas se
llevó a la luciérnaga, aquella que el niño creía que era una capucha y una capa
pues era una hoja grande debajo de la cual estaba la luciérnaga y otra mas
pequeña que parecía la capucha... Por eso, a pesar de que tanto el niño como la anciana siguieron
vigilando todas las noches nunca mas volvieron a ver nada, y el niño le dijo:
- ¡Ay Doña
Petrusca! ¿Sabe usted lo que pasó? Que cuando la muerte la vio a usted con el
mazo y a mí con mi pistola y mi espada, se asustó y se marchó y por eso no ha
vuelto a venir.
- Bueno, Periquín, tú de ésto no le cuentes a nadie nada, porque van a decir que yo soy una vieja
chocha y tu un subnormal, esto será un secreto entre tú y yo, y además tenemos
que seguir vigilando, no vaya a ser que algún día...
- ¡No me lo diga, Doña Petrusca, que me da mucho miedo! Tanto que a pesar de lo que me gusta ver
las estrellas ahora me da miedo de dejar abierta la ventana...
FIN
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