Doña Carmencus part - 1
La señora Carmencus, aunque tenía las piernas cansadas de tanto caminar a lo largo de su vida, gustaba de contar a sus hijas algunos episodios de su larga vida y otros que había conocido.
Estaba sentada por la mañana junto a su hija. Esta terraza estaba cubierta de invernadero, la tenía toda llena y preciosa, con flores y plantas exquisitas. Jugando con los flecos de su toquilla, la que llevaba por los hombros, porque aunque era primeros de mayo, hacía un poco de fresco, estaba muy pensativa. La hija le dijo:
- Mamá, ¿en qué piensas?
- Pues hija, te lo voy a decir. Ven, siéntate aquí a mi lado.
Cuando aún éramos muy jóvenes tu padre y yo, papá estaba enamorado de una finca preciosa junto a la carretera por donde él pasaba todos los días con el coche. Era una finca de olivos, con huerta, árboles frutales, almendros y una hermosa casa de campo muy bien acondicionada.
Un día me llegó y me dijo:
- Al fin voy a conseguir lo que para mí era un sueño. Esto es que voy a poder comprar la finca que tanto he querido. Hablando con el dueño, tengo el trato casi hecho. Mañana vas a venir conmigo para que lo veas tu todo y para cerrar el trato.
Me impresionó muchísimo al llegar. Salió a recibirnos la dueña. Tenía los ojos rojos de tanto llorar y su cara muy demacrada. Mientras papá y su marido hablaba, yo hice un aparte con ella y le dije:
- Mire señora, veo que usted no quiere vender la finca, y por nosotros no se preocupe, aunque mi marido está muy interesado en ella y el trato está casi cerrado, yo puedo hablar con él y nosotros nos vamos a comprar con nuestro dinero a otra parte.
- No, por favor. Eso sería lo peor que podrían ustedes hacerme. Si quieren ayudarme, no se vuelvan atrás. Mire, es verdad que no me gusta vender la finca, porque ésta la heredé cuando murió mi madre. Pero tengo dos opciones: o venderla, o que mi marido vaya a la cárcel. Mi marido es jugador. Hace unas fechas se jugó su caballo, el reloj de bolsillo que había heredado de su padre, que era una magnífica joya... Todo cuanto tenía. Y firmó un pagaré con una cuenta sin fondos. Esto me imagino que ya sabe el delito que es. Cuando ya no tenía nada más que jugar, se jugó a su esposa, es decir, a mí. Y cuando ya les entregó la llave para que vinieran a hacer ese ultraje conmigo, uno de los que había en la mesa, el cual se crió conmigo y me quería mucho, pidió que le esperasen porque iba a ir a su casa a por su caballo. Y lo que en realidad hizo fue ir a su casa a a avisar a su padre. Entonces mi padre cogió su caballo y se vino a galope tendido.
Yo me asusté mucho cuando llamó a la puerta porque gritaba para que le abriera rápido.
- ¡Abre corriendo, hija mía, abre!
- Pero ¿ qué pasa? ¿qué ocurre?
- Ahora mismo no puedo decírtelo, no puedo pararme. Cierra bien las puertas y las ventanas.
Se subió con su escopeta de caza, cargó la de mi marido y se puso en el balcón que había en la puerta de entrada.
Poco después vinieron los que ganaron la partida a mi marido. Y les dijo:
- Si tenéis los que tenéis que tener intentad acercaros y os llenaré el cuerpo de plomos.
No eran sólo unos indeseables, sino que también unos cobardes. Salieron corriendo como alma que lleva el diablo.
Hizo su aparición mi marido dando voces.
- ¡Dispáreme, máteme!
Yo me abracé a mi padre:
- No, padre, no mates al padre de mis hijos.
- Hija, yo no soy un asesino. No voy a matar al padre de mis nietos. Aunque sería lo mejor que podría pasar para ellos.
- Mire, yo tengo cuatro hijos, y reconozco que no estoy preparada para criarlos sola. Por eso ya ve, que voy a vender la finca para salvarlo y que no entre en la cárcel.
Era una campesina bellísima, morena, de pelo negro con unos ojos muy grandes y largas pestañas. No volví a verla hasta días después que fuimos al notario para firmar las escrituras. Aquel pelo negro se había convertido en blanco, había envejecido, daba pena verla. Nunca más volví a saber nada más de ella, pero después de tantos años aun no he podido olvidar su historia. Todavía hija mía no acabo de comprenderla. Una infidelidad se puede perdonar, incluso un maltrato, pero que tu marido sea capaz de entregarte de esa forma a otros hombres no lo entiendo de verdad. Bien que hiciera todo lo posible para que no fuera a la cárcel. Quién le diría a ella que ese hombre no volvería de nuevo a las andanzas.
Doña Carmencus part -2
Estaba doña Carmenco sentada en su butaca al lado de la mesa camilla. Estaba muy avanzada la primavera, pues ese día hacía bastante fresco. Estaba encendida la televisión y estaba frente a ella pero no se enteraba de nada de lo que allí pasaba. Su hija la miraba y le dijo:
- Mamá, ¿ te estás enterando de lo bonita que es la película que está en la televisión?
- Pues no hija, te voy a ser sincera. No me estoy enterando de nada, porque me gusta más recordar cosas de mi vida, y como no veo bien la televisión me aburro viéndola.
- Ea mamá, ahora mismo la apago y me vas a contar en qué estabas pensando, qué era lo que estás recordando hoy.
- Te advierto hija mía que mis recuerdos de hoy no son nada alegres.
- Bueno yo hago como que estoy escuchando por la radio una serie de esas que nos arrancan algunas veces una lágrima.
[Historia]
Yo nací veinte días después de que hubiera muerto mi padre. Mi madre cuando me sacó de la cuna, me metió en la cama con ella y así estuve durmiendo hasta que me casé. Lo que fue un drama para ella, pero no voy a hablarte ahora de esto.
En el pueblito de mi madre, casi todos los hombres era del campo. Unos propietarios con tierras y otros operarios que trabajaban con ellos. Así pues, clareando el día empezaban a moverse con los animales, porque por aquel entonces no había tractores. Se hacían todas las labores de la tierra con mulos, caballos o burros. Y empezaban a hacer ruido, pero ese día mi madre se alarmó porque oía unos gritos muy fuertes y se tiró de la cama, se asomó a la ventana, se puso la bata y las zapatillas enseguida y me dijo no te muevas de ahí de la cama, hija, no vengas eh, quédate ahí quietecita.
Yo siempre fui muy obediente a mi madre, pero ese día no la obedecí. Me tiré de la cama, me puse la bata y salí tras ella. Lo que vieron aquel día mis ojos no lo olvidaré jamás.
Don Julianico estaba tendido en el suelo en la puerta de su casa, la cual estaba en frente de la nuestra, y todo estaba lleno de sangre. Uno de los vecinos decía: no lo toquéis, no lo toquéis! porque pensaba que estaba muerto.
Muy pronto llegó el médico y comprobó que no había fallecido. Y mandó cogerlo enseguida para llevarlo a su consulta. Después llegó la guardia civil. La casa estaba revuelta y por todas partes había sangre. Comentaron que Julianico había muerto y precintaron la casa.
Había pasado pocos días y aunque la casa estaba precintada, en los grandes corrales que había entraron los asesinos. Iba a ver si encontraba lo que aquella noche no pudieron encontrar. Pero lo que si se llevaron es a la guardia civil que los detuvieron inmediatamente. Eran dos, el ex capataz que trabajaba en las tierras de Julianico y un sobrino suyo. Todos quedaron asombrados, porque cuando aquel día llegó el capataz lloraba amargamente diciendo que cómo sería posible que hubieran cometido un crimen tan horrible con unas personas tan buenas como ellos eran. Oí después a mi madre y a uno de los vecinos decir que les extrañaba que se pusieran así cuando sabía que el matrimonio era cada cual más malo.
Un día después me enteré de que a Marianica también la había encontrado apuñalada, pero mi madre lo ocultaba, no quería que yo me enterase.
El capataz y el sobrino de Julianico negaban haber participado el el crimen, decía que habían ido a la casa para averiguar si encontraban algo que les indicara quién podría haber sido. Pero finalmente tuvieron que confesar. A Marianica la cogió el capataz, y al otro su sobrino. Y le decía: dime dónde está el dinero. Eso era lo que buscaban.
El capataz sabía que tenían unas cosechas grandiosas con trigo cebada, maíz, etc y jamás le daban dinero al banco. Marianica decía que por donde pasara su dinero siempre algo se quedaban y su dinero no lo tocaba nadie. La pinchaban o cortaban para confesar, pero ella siempre contestaba que antes daba su pescuecico antes que su dinerito. Y le daban otro corte. repetía: no me hagas más sufrir hombre, no me pinches más. Como no contestaba, en un arranque de soberbia le dió tal corte que la degolló. Entonces fue y le dijo al otro, ésta ya ha muerto y no ha cantado, y el otro igual. Vámonos pronto de aquí antes de que amanezca.
El sobrino era bastante torpe y además tan nervioso como estaba, no se dio cuenta de que su tío se puso las manos en la cara y las muñecas en el cuello por debajo de la barba. Los cortes se los daba en las muñecas en lugar de en el cuello. Por eso, este hombre cuando se marcharon se levantó chorreando sangre y se quedó sin conocimiento. Le tuvieron que hacer muchas transfusiones de sangre y muchas operaciones, con mucho medicación. COmo era un hombre de naturaleza fuerte se recuperó.
Cuando volvió a su casa, el cabo de la guardia civil le dijo: podremos saber, señor don Julián, donde guarda usted el dinero?. Y contestó; sí señor,porque en este tiempo que he estado entre la vida y la muerte he llegado a la conclusión de que no merece la pena ser así. Mire, en el gran pozo que hay en medio del patio de la casa, hay unas minetas que le llegaba el agua al borde. El agua ha ido bajando y entonces ahí es donde he guardado todo el dinero. Me descolgaba con una cuerda que yo mismo hice y en unas cajas metálicas muy bien preparadas puse todo el dinero.
En la cárcel el capataz se enteró y dijo: imbécil de mí! esa escalera de cuerda la ví!
En el hospital donde tanto tiempo estuvo ingresado Julianico, trabajaba una auxiliar muy simpática, sevillana y guapa era. Con ojos azules, pelo rubio, alta y delgada. Julianico se enamoró de ella como si fuera un chaval.
Un día mientras la auxiliar le lavaba le contó lo mucho que había padecido. Había pasado mucha hambre y escasez de todo y por eso se había tenido que ir a la capital. Gracias a unos señores que la ayudaron se hizo auxiliar de clínica y por eso estaba allí trabajando.
Entonces le dijo: yo puedo darte, Esperancita, todo lo que no has tenido en esta vida porque yo tengo mucho dinero, pero claro, soy muy mayor para tí. Ella se echó a reír y le dijo: pues no, yo no te considero muy mayor, así que cuando quieras podemos unir nuestras vidas.
ASí lo hicieron, se casaron. Creyeron que cuando llegasen al pueblo no íbamos a tener bien visto este matrimonio, pero fue todo lo contrario. A ella la aceptaron porque era la gracia y simpatía personificada.
Aquella casa fea, sucia, destartalada la derribaron totalmente y levantaron una preciosa, con un patio de estilo sevillano, un jardín a la entrada, toda la casa muy bien acondicionada, y también Esperanza se quedó en estado. Julianico lloraba de alegría porque pensaba: al fin voy a conseguir lo que tanto deseé en mi vida y no pude tener porque mi ex mujer Mariana pensaba que para criar un hijo se necesitaba gastar mucho dinero.
Se crió un hijo idéntico a la madre. Julianico se iba con él en su cochecito a pasearlo por la plaza para que le diera el aire y el Sol. Cuando el niño fue creciendo también se iba con él a vigilar sus juegos. Se juntaba con todos los de su edad, quienes incluso tenían bisnietos.
Julianico recordaba la casa en que había vivido junto a su anterior mujer y pensaba que habían vivido como los animales. Recordaba aquella cuerda que tenían que servía de pasamanos para ir de la cocina al dormitorio para no encender el candil para no gastar el aceite. ¡Pobre Mariana! No amó nada más que el dinero y murió sin saber lo que era la verdadera felicidad. Yo en cambio, el Señor me ha dado una segunda oportunidad.
Bendito seas por siempre, Señor.
Cuando murió Julianico el niño tenía 12 años. Un día llegó un hombrejovenn preguntando por Esperanza la sevillana. ëste había sido un noviete que había tenido de joven, y al enterarse de que había enviudado vino a buscarla.
Esperanza se casó con él y siguieron estando en el pueblo. Tuvieron otros dos hijos. Recuerdo cuando yo me marché del pueblo que ella seguía siendo joven, guapa y que los dos eran muy muy felices.
- Mamá, ¿Cuántos años hace de esto?
- Hija mía, pues hará unos 80 años o más.
- ¡Qué memoria la tuya, mamá!
- Claro hija, hay quien dice que la memoria es la inteligencia de los tontos.
- Pues tu de tonta no tienes ni un pelo, mamá.
Doña Carmencus murió con 98 años. Hasta sus últimos días tuvo esa memoria que recordaba todo cuando había visto y oído durante toda su vida.
Descanse en paz.
La señora Carmencus, aunque tenía las piernas cansadas de tanto caminar a lo largo de su vida, gustaba de contar a sus hijas algunos episodios de su larga vida y otros que había conocido.
Estaba sentada por la mañana junto a su hija. Esta terraza estaba cubierta de invernadero, la tenía toda llena y preciosa, con flores y plantas exquisitas. Jugando con los flecos de su toquilla, la que llevaba por los hombros, porque aunque era primeros de mayo, hacía un poco de fresco, estaba muy pensativa. La hija le dijo:
- Mamá, ¿en qué piensas?
- Pues hija, te lo voy a decir. Ven, siéntate aquí a mi lado.
Cuando aún éramos muy jóvenes tu padre y yo, papá estaba enamorado de una finca preciosa junto a la carretera por donde él pasaba todos los días con el coche. Era una finca de olivos, con huerta, árboles frutales, almendros y una hermosa casa de campo muy bien acondicionada.
Un día me llegó y me dijo:
- Al fin voy a conseguir lo que para mí era un sueño. Esto es que voy a poder comprar la finca que tanto he querido. Hablando con el dueño, tengo el trato casi hecho. Mañana vas a venir conmigo para que lo veas tu todo y para cerrar el trato.
Me impresionó muchísimo al llegar. Salió a recibirnos la dueña. Tenía los ojos rojos de tanto llorar y su cara muy demacrada. Mientras papá y su marido hablaba, yo hice un aparte con ella y le dije:
- Mire señora, veo que usted no quiere vender la finca, y por nosotros no se preocupe, aunque mi marido está muy interesado en ella y el trato está casi cerrado, yo puedo hablar con él y nosotros nos vamos a comprar con nuestro dinero a otra parte.
- No, por favor. Eso sería lo peor que podrían ustedes hacerme. Si quieren ayudarme, no se vuelvan atrás. Mire, es verdad que no me gusta vender la finca, porque ésta la heredé cuando murió mi madre. Pero tengo dos opciones: o venderla, o que mi marido vaya a la cárcel. Mi marido es jugador. Hace unas fechas se jugó su caballo, el reloj de bolsillo que había heredado de su padre, que era una magnífica joya... Todo cuanto tenía. Y firmó un pagaré con una cuenta sin fondos. Esto me imagino que ya sabe el delito que es. Cuando ya no tenía nada más que jugar, se jugó a su esposa, es decir, a mí. Y cuando ya les entregó la llave para que vinieran a hacer ese ultraje conmigo, uno de los que había en la mesa, el cual se crió conmigo y me quería mucho, pidió que le esperasen porque iba a ir a su casa a por su caballo. Y lo que en realidad hizo fue ir a su casa a a avisar a su padre. Entonces mi padre cogió su caballo y se vino a galope tendido.
Yo me asusté mucho cuando llamó a la puerta porque gritaba para que le abriera rápido.
- ¡Abre corriendo, hija mía, abre!
- Pero ¿ qué pasa? ¿qué ocurre?
- Ahora mismo no puedo decírtelo, no puedo pararme. Cierra bien las puertas y las ventanas.
Se subió con su escopeta de caza, cargó la de mi marido y se puso en el balcón que había en la puerta de entrada.
Poco después vinieron los que ganaron la partida a mi marido. Y les dijo:
- Si tenéis los que tenéis que tener intentad acercaros y os llenaré el cuerpo de plomos.
No eran sólo unos indeseables, sino que también unos cobardes. Salieron corriendo como alma que lleva el diablo.
Hizo su aparición mi marido dando voces.
- ¡Dispáreme, máteme!
Yo me abracé a mi padre:
- No, padre, no mates al padre de mis hijos.
- Hija, yo no soy un asesino. No voy a matar al padre de mis nietos. Aunque sería lo mejor que podría pasar para ellos.
- Mire, yo tengo cuatro hijos, y reconozco que no estoy preparada para criarlos sola. Por eso ya ve, que voy a vender la finca para salvarlo y que no entre en la cárcel.
Era una campesina bellísima, morena, de pelo negro con unos ojos muy grandes y largas pestañas. No volví a verla hasta días después que fuimos al notario para firmar las escrituras. Aquel pelo negro se había convertido en blanco, había envejecido, daba pena verla. Nunca más volví a saber nada más de ella, pero después de tantos años aun no he podido olvidar su historia. Todavía hija mía no acabo de comprenderla. Una infidelidad se puede perdonar, incluso un maltrato, pero que tu marido sea capaz de entregarte de esa forma a otros hombres no lo entiendo de verdad. Bien que hiciera todo lo posible para que no fuera a la cárcel. Quién le diría a ella que ese hombre no volvería de nuevo a las andanzas.
Doña Carmencus part -2
Estaba doña Carmenco sentada en su butaca al lado de la mesa camilla. Estaba muy avanzada la primavera, pues ese día hacía bastante fresco. Estaba encendida la televisión y estaba frente a ella pero no se enteraba de nada de lo que allí pasaba. Su hija la miraba y le dijo:
- Mamá, ¿ te estás enterando de lo bonita que es la película que está en la televisión?
- Pues no hija, te voy a ser sincera. No me estoy enterando de nada, porque me gusta más recordar cosas de mi vida, y como no veo bien la televisión me aburro viéndola.
- Ea mamá, ahora mismo la apago y me vas a contar en qué estabas pensando, qué era lo que estás recordando hoy.
- Te advierto hija mía que mis recuerdos de hoy no son nada alegres.
- Bueno yo hago como que estoy escuchando por la radio una serie de esas que nos arrancan algunas veces una lágrima.
[Historia]
Yo nací veinte días después de que hubiera muerto mi padre. Mi madre cuando me sacó de la cuna, me metió en la cama con ella y así estuve durmiendo hasta que me casé. Lo que fue un drama para ella, pero no voy a hablarte ahora de esto.
En el pueblito de mi madre, casi todos los hombres era del campo. Unos propietarios con tierras y otros operarios que trabajaban con ellos. Así pues, clareando el día empezaban a moverse con los animales, porque por aquel entonces no había tractores. Se hacían todas las labores de la tierra con mulos, caballos o burros. Y empezaban a hacer ruido, pero ese día mi madre se alarmó porque oía unos gritos muy fuertes y se tiró de la cama, se asomó a la ventana, se puso la bata y las zapatillas enseguida y me dijo no te muevas de ahí de la cama, hija, no vengas eh, quédate ahí quietecita.
Yo siempre fui muy obediente a mi madre, pero ese día no la obedecí. Me tiré de la cama, me puse la bata y salí tras ella. Lo que vieron aquel día mis ojos no lo olvidaré jamás.
Don Julianico estaba tendido en el suelo en la puerta de su casa, la cual estaba en frente de la nuestra, y todo estaba lleno de sangre. Uno de los vecinos decía: no lo toquéis, no lo toquéis! porque pensaba que estaba muerto.
Muy pronto llegó el médico y comprobó que no había fallecido. Y mandó cogerlo enseguida para llevarlo a su consulta. Después llegó la guardia civil. La casa estaba revuelta y por todas partes había sangre. Comentaron que Julianico había muerto y precintaron la casa.
Había pasado pocos días y aunque la casa estaba precintada, en los grandes corrales que había entraron los asesinos. Iba a ver si encontraba lo que aquella noche no pudieron encontrar. Pero lo que si se llevaron es a la guardia civil que los detuvieron inmediatamente. Eran dos, el ex capataz que trabajaba en las tierras de Julianico y un sobrino suyo. Todos quedaron asombrados, porque cuando aquel día llegó el capataz lloraba amargamente diciendo que cómo sería posible que hubieran cometido un crimen tan horrible con unas personas tan buenas como ellos eran. Oí después a mi madre y a uno de los vecinos decir que les extrañaba que se pusieran así cuando sabía que el matrimonio era cada cual más malo.
Un día después me enteré de que a Marianica también la había encontrado apuñalada, pero mi madre lo ocultaba, no quería que yo me enterase.
El capataz y el sobrino de Julianico negaban haber participado el el crimen, decía que habían ido a la casa para averiguar si encontraban algo que les indicara quién podría haber sido. Pero finalmente tuvieron que confesar. A Marianica la cogió el capataz, y al otro su sobrino. Y le decía: dime dónde está el dinero. Eso era lo que buscaban.
El capataz sabía que tenían unas cosechas grandiosas con trigo cebada, maíz, etc y jamás le daban dinero al banco. Marianica decía que por donde pasara su dinero siempre algo se quedaban y su dinero no lo tocaba nadie. La pinchaban o cortaban para confesar, pero ella siempre contestaba que antes daba su pescuecico antes que su dinerito. Y le daban otro corte. repetía: no me hagas más sufrir hombre, no me pinches más. Como no contestaba, en un arranque de soberbia le dió tal corte que la degolló. Entonces fue y le dijo al otro, ésta ya ha muerto y no ha cantado, y el otro igual. Vámonos pronto de aquí antes de que amanezca.
El sobrino era bastante torpe y además tan nervioso como estaba, no se dio cuenta de que su tío se puso las manos en la cara y las muñecas en el cuello por debajo de la barba. Los cortes se los daba en las muñecas en lugar de en el cuello. Por eso, este hombre cuando se marcharon se levantó chorreando sangre y se quedó sin conocimiento. Le tuvieron que hacer muchas transfusiones de sangre y muchas operaciones, con mucho medicación. COmo era un hombre de naturaleza fuerte se recuperó.
Cuando volvió a su casa, el cabo de la guardia civil le dijo: podremos saber, señor don Julián, donde guarda usted el dinero?. Y contestó; sí señor,porque en este tiempo que he estado entre la vida y la muerte he llegado a la conclusión de que no merece la pena ser así. Mire, en el gran pozo que hay en medio del patio de la casa, hay unas minetas que le llegaba el agua al borde. El agua ha ido bajando y entonces ahí es donde he guardado todo el dinero. Me descolgaba con una cuerda que yo mismo hice y en unas cajas metálicas muy bien preparadas puse todo el dinero.
En la cárcel el capataz se enteró y dijo: imbécil de mí! esa escalera de cuerda la ví!
En el hospital donde tanto tiempo estuvo ingresado Julianico, trabajaba una auxiliar muy simpática, sevillana y guapa era. Con ojos azules, pelo rubio, alta y delgada. Julianico se enamoró de ella como si fuera un chaval.
Un día mientras la auxiliar le lavaba le contó lo mucho que había padecido. Había pasado mucha hambre y escasez de todo y por eso se había tenido que ir a la capital. Gracias a unos señores que la ayudaron se hizo auxiliar de clínica y por eso estaba allí trabajando.
Entonces le dijo: yo puedo darte, Esperancita, todo lo que no has tenido en esta vida porque yo tengo mucho dinero, pero claro, soy muy mayor para tí. Ella se echó a reír y le dijo: pues no, yo no te considero muy mayor, así que cuando quieras podemos unir nuestras vidas.
ASí lo hicieron, se casaron. Creyeron que cuando llegasen al pueblo no íbamos a tener bien visto este matrimonio, pero fue todo lo contrario. A ella la aceptaron porque era la gracia y simpatía personificada.
Aquella casa fea, sucia, destartalada la derribaron totalmente y levantaron una preciosa, con un patio de estilo sevillano, un jardín a la entrada, toda la casa muy bien acondicionada, y también Esperanza se quedó en estado. Julianico lloraba de alegría porque pensaba: al fin voy a conseguir lo que tanto deseé en mi vida y no pude tener porque mi ex mujer Mariana pensaba que para criar un hijo se necesitaba gastar mucho dinero.
Se crió un hijo idéntico a la madre. Julianico se iba con él en su cochecito a pasearlo por la plaza para que le diera el aire y el Sol. Cuando el niño fue creciendo también se iba con él a vigilar sus juegos. Se juntaba con todos los de su edad, quienes incluso tenían bisnietos.
Julianico recordaba la casa en que había vivido junto a su anterior mujer y pensaba que habían vivido como los animales. Recordaba aquella cuerda que tenían que servía de pasamanos para ir de la cocina al dormitorio para no encender el candil para no gastar el aceite. ¡Pobre Mariana! No amó nada más que el dinero y murió sin saber lo que era la verdadera felicidad. Yo en cambio, el Señor me ha dado una segunda oportunidad.
Bendito seas por siempre, Señor.
Cuando murió Julianico el niño tenía 12 años. Un día llegó un hombrejovenn preguntando por Esperanza la sevillana. ëste había sido un noviete que había tenido de joven, y al enterarse de que había enviudado vino a buscarla.
Esperanza se casó con él y siguieron estando en el pueblo. Tuvieron otros dos hijos. Recuerdo cuando yo me marché del pueblo que ella seguía siendo joven, guapa y que los dos eran muy muy felices.
- Mamá, ¿Cuántos años hace de esto?
- Hija mía, pues hará unos 80 años o más.
- ¡Qué memoria la tuya, mamá!
- Claro hija, hay quien dice que la memoria es la inteligencia de los tontos.
- Pues tu de tonta no tienes ni un pelo, mamá.
Doña Carmencus murió con 98 años. Hasta sus últimos días tuvo esa memoria que recordaba todo cuando había visto y oído durante toda su vida.
Descanse en paz.
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