Los hombres la amaron, la admiraron y en muchos casos hasta
la veneraron. Las mujeres la envidiaban y la odiaban. Estaba conceptuada como
la mujer mas bella de todo el país.
Era déspota, soberbia, orgullosa. Miraba a todos los demás
como si ella estuviera muy por encima, se creía muy superior.
A todos los eventos importantes era invitada y en todos los
salones de las embajadas y las casas de la alta aristocracia. Soraya lució en
todos aquellos vestidos diseñados especialmente para ella, joyas, zapatos,
sombreros…
Se casó a los 28 años, con un armador viejo que era 20 años
mayor que ella. Alguna de sus otras amigas que tenía le decían “¿Cómo te vas a
casar con un hombre tan mayor? Es que te lleva muchos años.
“¿Pues veis los años que tiene? Tiene muchos más millones
todavía”
Se casó en la Catedral de Santiago, nunca se había visto
otra boda igual. Iba guapísima. Y él, orgullosísimo, porque sabía que habían
sido muchos hombres los que la habían solicitado en matrimonio, pero la había
conseguido él.
Pareció una boda de estado, vinieron del mundo entero,
atracaron muchísimos barcos, aviones… Ella no cabía en sí de gozo. Hizo su
viaje de novio en uno de los barcos de su marido. Conocieron el arte del mundo
entero, poco les quedó de ver. Y a su regreso empezó a dar grandes fiestas,
comidas, cenas, en su mansión, que era como un palacio, bonito y bien
acondicionado.
Tuvo cuatro hijos. Un varón y tres hembras. Pero ella poco
se ocupó de los niños. Hacía tanta vida de sociedad que no le quedaba tiempo
para ocuparse de criar a sus hijos, y
además que para eso tenía tanto servicio, decía ella.
Maribí, su única y mejor amiga, una mujer culta, prudente,
con una buena formación cristiana era la esposa de un ingeniero naval que
trabajaba a las órdenes de su marido. Algunas veces le decía Soraya “Por qué no
cambias un poco esta vida de desenfreno.” Y ella decía “Calla chica, calla. Si
yo perdiera esta vida me moriría.”
Maribí sentía pena de su amiga, porque agoraba un final
bastante malo para ella. Y no se equivocaba. Se quedó viuda muy joven, el
marido enfermó y fue un final muy rápido.
Lo dejó todo en manos de ella, sin que los hijos pudieran
intervenir para nada. Y si hasta entonces había sido una vida alocada, a partir
de ahora aumentó, incluso le dio por el juego, a la par de todas las fiestas y
todos los cruceros y viajes. Y poco a poco fue dilapidando toda la fortuna.
Aquella gran fortuna que su marido le dejara. Volvió de un
viaje que hizo por países asiáticos con una enfermedad rara. Fue ingresada en
el hospital bastante grave. De allí salió en silla de ruedas.
Tuvo que vender sus joyas e incluso aquellos costosísimos
vestidos que habían sido diseñados por grandes profesionales para ella. Se
quedó sin nada y sola, pues hasta la casa donde vivía se la habían embargado.
Sus hijas no querían saber nada de ella. Decían que para
ellas nunca fue su madre, sino una tirana. Su hijo, un abogado famosísimo le
dio pena, y alquiló una casa no muy grande pero acondicionada para que ellas
pudieran moverse con la silla de ruedas, y le puso una empleada. Pero pocos
meses después esta mujer fue a buscarlo y le dijo “Don Aurelio, busque usted
otra para que vaya a cuidar a su madre, porque yo no puedo volver más a esa
casa.” “Por qué chica qué pasa?” “Mire, su madre me insulta, me escupe, me tira
todo lo que pilla, y hoy hasta incluso me ha cogido de los pelos, y ya no puedo
soportarlo señor, lo siento”.
Así hacía con todas las que le buscaba, así el hijo un día
desesperado le dijo “Mira mamá, yo te voy a seguir pagando la casas y llenando
el frigorífico todas las semanas, pero de la empleada te ocupas tú, porque ya
no encuentro a nadie que quiera venir a atenderte”.
Ella se dedicó a hacer collares, pulseras y pendientes y
alfileres de unas piedras muy bonitas que se las traían de Rusia. Con eso
ganaba algún dinerillo para sus gastos.
Su hijo cogió uno de los collares y se lo lanzó con fuerza.
Le hizo una herida y sangró muchísimo.
Solo Maribí, la buena de ella, seguía yendo y la ayudaba a
ducharse y vestirse, le llevaba comida de su casa, y le vendía todos los
collares y pulseras y eso que ella hacía. Mujer que también alternaba mucho en
sociedad, se llevaba siempre su cartera llena de todas estas cosas y entre sus
amistades las vendía.
También a ella le tenía malos modos y le decía muchas veces
que se fuera de su casa, pero a ella le daba tanta pena que no la escuchaba. No
obstante, un día, al llegar, iba con sus llaves y la puerta no se abría. Llamó
entonces a su hijo y le dijo lo que pasaba. El hijo a su vez también llamó a la
policía y forzaron la puerta para entrar. Se la encontraron sentada en su silla
de ruedas con un instrumento punzante de los que ella utilizaba para sus
trabajos manuales clavado en el pecho. No se supo si es que había querido
suicidarse o había sido un accidente, pero así terminó la vida de aquella mujer
tan soberbia que creyó que el mundo entero tenía que inclinarse ante ella.
Las hijas obligadas por su hermano acudieron al entierro, y
antes de incinerarla, su hijo mirándola con lágrimas en los ojos dijo “Sólo te
quiso papá, y fue porque lo volviste loco con tus encantos. Los demás has
tenido el malgusto de que no te quiera nadie, ni siquiera tus hijos.”
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