A mi sobrina Encarni
Fuiste siempre una flor muy
linda, de pétalos aterciopelados, color rojo brillante y aroma muy agradable.
Lucías feliz y orgullosa, erguida sobre tu tallo, en el jardín no hubo nunca
ninguna otra flor que igualara tu hermosura.

Pero vino un vendaval, tu tallo
rompió, tus pétalos cayeron al suelo y perdieron su brillo, su aroma y su
color. El sol se ocultó y todo oscuro quedó, pero no temas mi niña, esto son
pruebas que manda el Señor, y tú no estás sola, nos tienes a todos a tu alrededor.
Lucha con fuerza, mi cielo, esto es una guerra. Las guerras las ganan los
ejércitos, y nosotros formamos un batallón. Vamos a ganar esta guerra, sin
cañones, fusiles ni metralletas, capitaneados por los médicos y con la fuerza
de nuestra oración. Y como el ave fénix, pronto tú resurgirás, tus pétalos
volverán a ser aterciopelados y tendrán su aroma, su brillo y su color. Y tu
pensarás que todo fue una pesadilla, cuando al despertarte una mañana veas
entras por tu ventana los primeros rayos de sol, entonces mirarás al cielo y
dirás: “Gracias Dios mío por haberme sacado de las tinieblas de este mal
sueño”. Y tendrás muchos años de felicidad y cuando ya muy viejecita vayas un
día por la calle a dar un paseo, al teatro o al cine, con tu marido, cogidos los
dos del brazo, oirás una voz que dirá: “¡¡Abuela, abuelo!!” Y verás venir a tus
hijas llevando de la mano a tus nietos para abrazarte y besarte con todo su
cariño y amor. Y entonces pensarás “Valió la pena seguir viviendo, gracias por
haberme querido tanto, Señor”.
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