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La Mosquilla


¡Vaya, vaya con la mosquilla! La mosquilla traviesa es la que un día al abrírsele la boca a la señora Engracia, se introdujo en su garganta. Miró hacia arriba y no le gustó, porque vio aquellas dos ventanitas que era por donde la señora Engracia se limpiaba con aquel pañuelo y echaba aquella cosa tan fea que a ella no le gustaba. Y entonces decidió girar hacia abajo. Qué estrecho y oscuro estaba todo. Pasó por la laringe, la faringe, la tráquea, y aterrizó en los pulmones. Aquello era más amplio, pero qué oscuro y negro estaba. Había humo, como cuando encendía aquel canuto que se ponía en la boca la señora Engracia, y como cuando encendía la lumbre.
-       ¡Uifff! ¡Yo aquí no puedo resistir! – dijo la mosquita. – Aquí me falta la respiración.
Y salió. Fue arrastrada por aquel líquido rojizo que circulaba con aquella velocidad tan grande. Ella pensaba “Y a los ríos no los he visto nunca correr con tanta velocidad”
Llegó a un sitio donde se oía un ruido, como cuando la señora Engracia enchufaba aquel aparato para regar las plantas “PUM PUMM PUM” Y allí constantemente entraba y salía aquel líquido rojizo. El siguiente sitio se veía mucho más amplio. Era un laboratorio, como aquel donde quisieron atraparla para experimentar con ella. Y gracias a que llegó aquel mosquito tan grande, ella pudo escapar. Entonces recordó que era corazón e hígado como se llamaban aquellos dos sitios que acababa de visitar. Siguió por aquellos túneles oscuros y estrechos. Y entró en aquel otro lugar, donde había un líquido viscoso
-       ¡Qué desagradable!
Vio entrar unos trocitos de carne, y éste líquido, enseguida los  destruyó. Entonces pensó
-       Pobrecitos, ya se habrán comido los humanos otro pollito, otro conejito u otro corderito, y mira lo que ha hecho este líquido con él.
Había una especie de grieta por donde constantemente caída una gotita de sangre. Esto era el estómago y una hernia de hiato. Salió de allí y se puso un poco a descansar. Entonces vió que había como unas rejas muy grandes, y en el centro una viga donde estaban todas estos hierros, por lo que fuera enlazados, por unas cuerdecitas muy finas… Eran las costillas, y los nervios y tendones.
Allí más abajo, había otra cosa que se llamaba… ¿Cómo, cómo se llamaba? No podía recordarlo, era algo como “eso, eso..” ¡Ah, si! ¡Esófago!
Y otra cosa así alargada, que fue de los que operaron al marido de la señora Engracia, que se llamaba páncreas.
Y volvió a entrar en aquel laberinto de túneles y carreteras. Parecían muy  estrechas y muy oscuras, y aquí eran dos iguales… ¿Cómo se llamaba esto? No se acordaba, pero veía que por ella circulaba un líquido amarillento, y por él fue arrastrada hasta la salida.
No le gustó porque vio que allí había un váter como el que se había llevado a su madre. Estaban por allí las dos jugando, y alguien tiró de aquel aparato que soltó tanta agua, y ella pudo escapar, pero su mamá no; y entonces, retrocedió.
Entró en un sitio donde había un bebé muy chiquitito, muy bonito. Cuánto le gustó.
Después pasó a otro sitio que a ella no le fue muy agradable. Había como una nave central, y como unos departamentos a los lados. Entonces se acordó de que había oído a alguien decir que eso eran divertículos, que allí estaban llenos de algo parecido a aquello que expulsaban las vacas y que su mamá le decía “¡No te acerques para nada!, porque si quedas atrapada, mueres, y sino también porque quedarás infectada.”
De pronto empezaron a oírse unos ruidos, parecidos a cuando había aquellas cosas en el cielo que le decía su mamá que se llamaban “truenos”. Qué miedo le dio a ella, de momento vino una ráfaga muy fuerte de aire y la expulsó fuera de allí.
No podía volar, porque sus alitas estaban sucias y mojadas, y sus patitas también estaban llenas de caca. Pero haciendo un esfuerzo grande se fue hacia el lavabo, donde lavó sus patitas y alitas, y se fue a la ventana donde entraba un rayito de sol y se secó. Entonces pensó… “¿Qué hacer ahora?” Pero enseguida tuvo la contestación: había cerca del baño una cocina, y venía un olor que alimentaba. Hacia ella se fue, y allí estaban dos monjitas con sus hábitos y delantales de un blanco inmaculado, haciendo unos pastelillos que olían a gloria, y pensó que sabrían mejor. Llevaba mucho tiempo sin comer, y pensó “Vaya banquete me voy a dar” La monjita más joven en cuento la vio fue con un paño para matarla, pero la anciana monjita le dijo “¿Qué hace hermana, no sabe su caridad que nosotros tenemos prohibido hacer daño a los animales?” La monjita joven tuvo que pedir perdón, porque no solamente quiso matarme sino que también de la pobre anciana se burló. Y mientras ellas discutían, yo me puse morada. No dejé ni un pastelito sin probar, y si uno estaba bueno, el otro estaba mucho mejor.
Estaba tan cansada, y además se había hartado de comer, que le dio mucho sueño. Se puso una cortina para echar un sueñecito, y faltó poco para que la tragara una aspiradora que la hermana joven von cara de bruja estaba por allí pasando. Entonces decidió volver a la casa de la señora Engracia, que aunque no hacía comidas buenas ni tampoco había mucha higiene, pero nunca había intentado matarla. Y allí le esperaba una sorpresa muy agradable, al llegar, salió a recibirla su madre, que había vuelto. ¡Qué alegría más grande! Aquella noche después de contarle toda su aventura, ella le dijo: “Vaya, vaya, mosquilla que yo creía que mi aventura había sido grande, y no tiene nada de importancia al lado de la tuya” Se quedó dormida bajo sus alas y las dos prometieron que jamás se volverían a mover de allí, de casa de la señora Engracia.
Al día siguiente, salieron al jardín las dos volando, y allí estaba la gata Nani de la vecina, esperando como siempre con sus uñas afiladas, intentando cazarlas. Pero la madre fue y se puso en su nariz y la picó. Se enfureció mucho pero ellas salieron volando y no las pudo alcanzar.
Mosquita llevó a su madre a la cocina de aquel convento, donde aquellas monjitas hacían los dulces estupendos. La hermana mayor no estaba, estaba la jovencita, pero se había sentado y quedado dormida. Si vierais como se divirtieron la madre y mosquita, picándole en la nariz, y en las orejas, y la pobre todo el rato se lo pasó dándose guantazos hasta que se levantó y dijo “Pues al santo patrón no le gustará que maltratemos a los animales, pero como os pille, ¡no quedáis ni las patillas, moscas malvadas!”

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