Sucedió hace muchos años en la ancha y vieja Castilla. Vivía Don Mario, un hacendado que poseía una inmensa fortuna. Tenía un magnífico palacio donde vivía con su esposa y su hija. Se sentía el hombre más feliz del mundo. Doña Alejandrina, una dama de la alta sociedad inglesa, también apostó al matrimonio una fortuna bastante buena. La niña era preciosa. Tenía los ojos verdes como dos esmeraldas, rubia de tez muy blanca con una naricita preciosa, labios perfectos. El padre le decía “Mi virgencita” porque además era niña buena, inteligente, que creció muy educada por su madre. Hizo después bellas artes, tocaba muy bien el piano, le gustaba mucho las labores: hacía fribolité, bolillos… Vamos, que era una niña perfecta.
El marqués de la Ensenada siempre estuvo enamorado de ella desde muy pequeña. Era un gran caballero y estuvo esperando hasta que la niña fuese mayor de edad, que entonces se obtenía a los 22 años. Alejandrina enfermó y fue muy rápida de la evolucón de su enfermedad que en pocos meses murió. El padre se vino totalmente abajo, la quería tanto, que pensaba que ya no podía vivir sin ella. La niña se olvidó de su pena y su dolor para cuidar de su padre, porque veía que no podía salir adelante.
Entonces llegó a la comarca una viuda francesa con su bellísima hija. Ésta parecía sacada de un cuadro del pintor Julio Romero, morena, grandes ojos, pestañas largas, cejas perfectas, al igual que la nariz y la boca. Una gran belleza. Compraron una casona cerca de la finca de don Mario y pronto se enteraron de la desgracia que a éstos le habían ocurrido y fueron a visitarle y a ofrecerle su casa. Enseguida empezaron a decirle que la niña no podía estar encerrada y enlutada de esa manera, que era muy joven y eso era perjudicial para ella. Al fin don Mario cedió y dieron en casa de la viuda francesa una fiesta y acudieron a ella. También acudió el marqués de la Ensenada. La niña francesita fue verlo y quedar prendada de él, ya que el marqués era guapo, elegante, simpático... Pero pronto se dio cuenta de que este hombre no estaba por ella sino por su amiga. A partir de entonces siempre trató de humillarla, la decía: "¿Cómo se van a fijar los hombres en ti con ese pelo que parece de cáñamo, esa blancura de cadáver que tienes en tu cara? ¿Tú crees que pueden fijarse en ti con una belleza como yo a tu lado?"
Azucena que era tan prudente y tan buena, la miraba con sus ojos verdes tan lindos y le sonreía y no le decía nada. Porque ella sabía que era la envidia la que le hacía hablar así, porque todos los mejores partidos del condado era a ella a quien solicitaban.
Vino a casa de Don Mario un gringo hijo de un íntimo amigo suyo. Azucena los conocía desde pequeño y lo quería como un hermano. Fueron a una fiesta y fue de su brazo. El marqués al verla creyó que algo se moría dentro de su pecho, porque creyó que sería su prometido. Entonces la francesita que era tan picardona cogió dos rosas, una blanca y una roja. Y le dijo al marqués “Si tuvieses que llevar una rosa, cuál de las dos llevarías?” y el marqués por mortificar a Azucena por lo que él pensaba que le había hecho dijo “La roja”
Unos minutos despúes Azucena fue en busca de su padre y le dijo “Papá, quiero irme a casa”; “¿Por qué hija? ¿qué te pasa?” “Papa, no me encuentro bien, marchémonos”.
El padre enseguida se marchó con su hija, pero cuando iban en el coche le dijo “Tengo que hablar contigo esta noche" “No papá, mañana” “Tiene que ser esta noche no puede esperar a mañana. Mira no he querido decírtelo antes para no hacerte sufrir: pero estoy en las más completa de las ruinas. Hice algunas inversiones y me salieron mal. Los campos que sabes que con estos años de sequía las cosechas han sido tan pobres que no han dado ni siquiera para pagar a los empleados. Pedí créditos en los bancos que no he podido pagar, todo me lo han embargado. Lo único que me quedaba era la casa esta donde vivimos y también me la han embargado. Hija mía soy viejo, estoy acostumbrado a vivir siempre en la opulencia. Si ahora tuviera que vivir en la pobreza no podía soportarlo.”
“Papa, ¿y qué podría hacer para solucionarlo?”
“En tus manos está hija mía. Esta noche el barón de las Peñas, gran amigo mío como sabes, se ha enterado de nuestra situación y me ha comentado que es posible que recupere todo lo que he perdido, con una condición. Que te cases con él. “
“¡Papa por dios pero si es casi un anciano!”
“Si hija mía, ya lo se, tiene casi mi edad, pero es un hombre bueno, es un caballero, tiene una gran fortuna y sé que te hará feliz. Me duele tener que pedirte esto hija mía, pero tú verás lo que haces.”
Ella pensó en las dos rosas. Creyó que el amor de su vida se casaría con su amiga y ya todo le daba igual. ¿Por qué no hace este bien por su padre? Y le dijo "Papá, dile que acepto."
Al día siguiente todo el condado sabía el compromiso del barón y Azucena. Fue Rosa la que se lo dijo al marqués. Este creyó que se moría, pero pensó que sería una broma de esas malvadas criaturas, y se fue a hablar con Don Mario. No tuvo que preguntarle, porque nada más llegar le dijo “Marqués, creo que te habrás enterado, Azucena se nos casa."
Que cosa le entró, le dio un síncope o algo así, que Don Mario tuvo que sujetarlo y llamar al mayordomo para le ayudara a cogerlo y echarlo en un sofá. Cuando se recuperó se marchó y le dijo: "Dele mi enhorabuena a Azucena, dígale que me alegro."
“Pero como no vas a venir a la fiesta que vamos a dar por el compromiso?”
“No, tengo unos asuntos pendientes y tengo que marcharme al extranjero, no sé cuándo volveré.”
La boda fue sencilla, como le gustaba hacer las cosas a Azucena. Poco después su padre también enfermó y murió. A los nueve meses justo tuvo una preciosa niña, idéntica a ella; y fue muy feliz porque este hombre, que la adoraba, la rodeó de atenciones, a ella y a su niña, vivía solo para ellas. Pero un día fue a una cacería mayor con una tormenta muy grande, no tuvieron donde cobijarse y cuando volvió venía con mucha fiebre. Al día siguiente seguía con fiebre y llamó al médico mientras le estaba auscultando, y le preguntó “Es grave?” Por la cara que él puso vio que sí. Salieron fuera y él le dijo que era una pulmonía, veremos a ver que se puede hacer. Pero en los días siguientes empeoró y volvieron a llamar al médico. Llamó al notario, a sus abogados, para dejar todo preparado. Y cuando tuvo todo arreglado le dijo "Siento mucho dejarte tan joven, sola y con una niña, te agradezco mucho todo lo que me has hecho, he sido muy feliz a tu lado, perdona ahora por hacerte esta faena. Quiero que vuelvas a casarte, no es bueno que esté sola una mujer joven y con una niña tan pequeña”
“Por dios no hables de eso, ni lo refieras siquiera”
Le dio una tos muy fuerte, luego un vómito de sangre y murió.
El marqués se hallaba viajando por tierras de Sudamérica. Fue a Perú y pasaron unos días con unos amigos suyos y le llevaron a ver al Señor de los Milagros. Este es un cristo que al parecer en unas inundaciones muy grandes que hubo apareció flotando en lo alto de las aguas. Se hincó de rodillas y rezando un padre nuestro mirándolo fijamente a la cara le pareció que le sonreía.
“Y es posible que me haya sonreído el señor”
A la vuelta le dijeron sus amigos “Mira, hemos recibido el periódico de España que de vez en cuando nos los mandan”.
Se puso a ojearlo, y la sangre se le heló en las venas. El corazón empezó a saltarle en el pecho como si fuese a salirse de él. Era posible aquello que sus ojos estaban viendo, lo leyó y releyó. El marido de Azucena había muerto. Era libre, era libre otra vez.
Su mayordomo estaba muy extrañado de ver a su jefe tan excitado y le preguntó: "Señor, ¿pasa algo?"
"¿Qué pasa? Que hagas enseguida el equipaje y se acabo el deambular de un sitio para otro. Nos vamos a España."
Asi lo hicieron. El primer encuentro que tuvo el marqués fue con la francesa. Se abrazó a él sin preocuparle para nada lo que pudieran pensar, lo abrazó y besó y aunque a él le desagradó profundamente no pudo evitarlo.
Entonces lo cogió del brazo y le dijo “Venga vamos a casa, que a mamá también le va a dar mucha alegría de verte.”
Y él le contestó “Lo siento mucho amiga mia, pero no puedo. El asunto que me ha traido de nuevo a España me está esperando y no puedo dejarlo ni un segundo más." Si aquel día vio en el cristo de los milagros aquella sonrisa lo que vio hoy en el rostro de la francesa fue un odio mortal. Sus ojos desprendieron fuego, y entonces él le dijo adiós y se marchó.
Llegó a su casa ella llorando y le dijo a su madre “Mamá volvámonos a Francia” “¿pero por qué hija por qué?” Vámonos mañana y si es hoy mejor. No quiero estar ni un segundo más aquí."
Igual que llegaron sin avisar, así se fueron, a pesar de que tenían muy buenos amigos. Pero todos supieron cuál era la causa.
El marqués al verse frente a Azucena tampoco se pudo contener, la abrazó, la estrechó contra su pecho y la besó apasionadamente. Ella se retiró y le indicó que viese sus ropas de luto. Entonces le dijo: “Te respetaré y esperaré todo el tiempo que quieras, pero ahora no habrá fuerza humana que se interponga entre tú y yo”
Ella le recordó lo de las rosas. Él le explicó por qué lo había hecho y que partir de ahora nunca más cometería ningún error. Le conto su encuentro con la francesa. A Azucena le dio mucha pena de ver que era tan desgraciada su amiga pero ella no se sentía culpable.
El la visitaba todos los días, la niña empezó a llamarle papá porque la mimaba y consentía y le trajo muchos juguetes. La gente empezó a murmurar y entonces ella recordó lo que su marido le dijo antes de morir: quiero que vuelvas a casarte porque no es bueno para una mujer joven y con una niña pequeña. Y al fin accedió.
El marqués quiso hacer una boda de acuerdo a su rango. Pero ella le recordó que hacía poco tiempo que había muerto su padre y su amigo. Además que a ella siempre le gustaron las cosas sencillas. La boda fue muy bonita pero solo asistieron sus mas íntimos amigos, porque familiares ni ella ni él tenían.
El marqués quiso hacer una boda de acuerdo a su rango. Pero ella le recordó que hacía poco tiempo que había muerto su padre y su amigo. Además que a ella siempre le gustaron las cosas sencillas. La boda fue muy bonita pero solo asistieron sus mas íntimos amigos, porque familiares ni ella ni él tenían.
Igual que en su matrimonio anterior, justo a los 9 meses tuvo otra preciosa niña. Pero esta era el vivo retrato de su padre. La niña mayor quiso muchísimo a su hermanita, tanto como quería a su papa y su mama. Crecieron las dos, y su una era bonita y buena la otra era quizás más.
En aquella casa todo era paz y felicidad. Un día al revisar el correo se encontró el marqués con una carta que venía de Francia, era de Rosa. Le contaba que su madre había muerto que había quedado huérfana y que se encontraba muy sola. Por favor que accediera a tener una cita con ella. Le indicó el lugar donde quería encontrarse con él, junto a la la antigua casona que antes había sido de ellas. El marqués por no hacerle sufrir a su esposa no le dijo nada, y acudió a la cita.
Empezó a llorarle a decirle que por favor que la dejara que viviera a su lado. Él le dijo que era imposible, que era muy feliz con su esposa y sus hijas y que no podía acceder a que ella viviera junto a él. Empezaron a pasear por el campo y de pronto el marqués se hundió, había un pozo ciego lo pisó y se hundió en él. Ya nada más que se oyó el grito que dio al caer. Al no oír nada al llamarlo, la francesa salió corriendo de allí y se marchó.
Azucena viendo que su marido tardaba, estaba muy inquieta y mandó buscarlo, pero por ningún sitio nadie lo había visto, nadie supo nada de él. Y su pena fue tan grande que creyó que se moría, pero pensó en sus hijitas. No tenía ma´s remedio que vivir por ellas.
Los días pasaron y el marqués no regresó.
Unos días después recibió una carta de Francia, de Rosa, que le decía “No lo busques más porque no lo vas a encontrar. Se vino conmigo. Tú ya lo has disfrutado bastante ahora me toca a mí, desgraciada.”
Azucena se vistió de negro y se encerró en casa. No quiso saber anda de nadie. Así pasaron los años y sus hijitas fueron creciendo. La hija pequeña cada vez se parecía más a su padre. La mayor contrajo matrimonio con un lord inglés, y la pequeña al fin cumplió la mayoría de edad.
Durante toda su infancia y su adolescencia procuró averiguar muchas cosas de la vida de su padre, y siempre pensaba que un hombre tan bueno como todos le decían que era, tan caballero, de ninguna manera podía haber hecho lo que parecía que había hecho con su madre. Al cumplir la mayoría de edad le dijo: “Mamá me voy de viaje, me voy a Francia” La madre trató de disuadirla, porque ya le contó que iba a buscar a Rosa. “Esta mujer tiene que explicarme donde está mi padre”. Ella no cedió y se marchó para Francia.
Durante toda su infancia y su adolescencia procuró averiguar muchas cosas de la vida de su padre, y siempre pensaba que un hombre tan bueno como todos le decían que era, tan caballero, de ninguna manera podía haber hecho lo que parecía que había hecho con su madre. Al cumplir la mayoría de edad le dijo: “Mamá me voy de viaje, me voy a Francia” La madre trató de disuadirla, porque ya le contó que iba a buscar a Rosa. “Esta mujer tiene que explicarme donde está mi padre”. Ella no cedió y se marchó para Francia.
No tardó en encontrarla. La otra cuando la vió dio un grito y le dijo “¡¿Tú quién eres?!” y le contestó “Sí, soy hija de aquel hombre que tú tanto amaste. Dime dónde está mi padre.”
“Vete, vete de mi lado, que aunque eres hija de tu padre también de la mujer que me lo quitó.”
Finalmente, ella la convenció diciéndole lo mucho que quería a su padre, que la tratara también a ella. Al fin Rosa confesó y le contó todo lo que había pasado.
Cuando volvió al lado de su madre, llorando le decía “Yo lo sabía mamá, yo lo sabía que papá no podía haberte hecho aquello a ti. Papa era un gran hombre.”
Lo sacaron, el cadáver estaba intacto. El reloj se había para justo en el momento de la muerte. Lo llevaron al forense, y dijeron que si esta mala mujer hubiera avisado se podría haber salvado, ya que tardó muchas horas en morir.
Le hicieron un magnífico panteón en el jardín de la casa. Todos los días, iban madre e hijas, y se sentaban allí y rezaban el rosario. Un día de lejos, dijo la niña a la madre, “¿Mamá, Qué es aquello?”
Una cosa negra había sobre la tumba de su padre. Cuando se acercaron vieron que era una mujer. Estaba tumbada boca abajo. Llamaron a la guardia civil, para levantar el cadáver. Era Rosa, había muerto con una foto de su padre en los labios.
Les dio mucha pena, y como las dos eran tan generosas, pensaron que el gran amor también merecía una recompensa, y le hicieron un mausoleo al lado de su padre. También a ella le llevaban flores, y le rezaban todos los días. La madre besando a su hijita le dijo: “Tienes un corazón muy grande hija mía, que eres por dentro y por fuera igual que era tu padre.”
Entonces la hija le dijo: “Mamá he de confesarte algo. Hice una promesa, si descubría todo lo que había pasado y al final podía demostrar que mi padre era inocente de todo lo que se le había acusado y que había sido un gran caballero hasta el fin de su vida, me iría a un convento”.
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